Llevo varios días dejándolo, pero hoy al leer el artículo de mi admirado EGM, sobre sus razones para ir/no ir a la feria, me animo a expresar las mías a favor.
La de éste es incontestable, ¿qué mejor que ir a la feria por amor?...
La Feria de Sevilla es un espectáculo fascinante, bellísimo en el que, en un desbordamiento estético inigualable, la Ciudad quiere proyectar lo mejor de sí.
¿Es una ficción, un teatro? Ciertamente. Pero no una falsedad.
Esa ciudad provinciana, campera y adormilada tras los fastos del Descubrimiento, que en el XIX , cuando se crea la fiesta, vive de las rentas, se hace presente, con todo el refinamiento acumulado por los siglos y las diversas civilizaciones que hicieron del valle del Guadalquivir su casa.
El espectáculo para los sentidos es único: la luz, los colores intensos, los vestidos, los carruajes, las mulas enjaezadas, los farolillos brillantes, las casetas rayadas, verdes y rojas, los volantes de las flamencas, las flores, las rosas en la cara y en el pelo de las mujeres, las luces, los cascabeles, la elegancia de los pura sangres, y la gente, esa gente feliz que va a la feria olvidándose de los problemas por un día. Porque a la feria se va a pasarlo bien y el sevillano se coloca su mejor traje y se pone al mundo por montera. ¿Y habrá algo más sano que decirle adiós a los problemas al menos por unas horas?
Sí, es una ficción porque la malhadada crisis regresará cuando se marchiten los alegres farolillos, pero entonces que, nunca mejor dicho, me quiten lo bailao.
Es una fiesta sana, donde se pasea, se canta, se habla con los amigos. Que deleite reencontrarse con aquellos que no vemos si no de año en año, de los que fuimos inseparables en otro tiempo, y que las circunstancias alejaron y que ahora encontramos sorpresivamente en una caseta cualquiera. Qué maravilla sacar a bailar a la propia madre en la caseta familiar, y estar con hermanos, hijos, sobrinos en un alegre revoltijo de edades donde, la pequeña de diez años baila con el abuelo de setenta y el joven de dieciséis roza leve, tímidamente la cintura de aquella que le gusta, por primera vez
Y pasearse por el Real en un coche a la media potencia, tirado por cinco caballos grises cartujanos, y sentir el sol y la brisa azul en la cara y en el corazón
Y ver a la gente elegantísima pasar jubilosas por las calles efímeras entre música y vida. Porque, y esto, en estos tiempos que corren de supina ordinariez, sigue siendo para mí un misterio, en la tarde de feria sevillana predomina de un modo absoluto, la distinción, el refinamiento y el buen gusto. Nunca está la mujer más esplendida. El traje de volantes las convierte en un enjambre de bellezas insólitas. Caminas entre la bulla y te asaetean unos ojos verdes, un perfil, una imagen que queda indeleble en la pupila. ¡Qué guapa están las mujeres en la feria, qué airosas, qué cautivadoras!
Y un poco de jamón, y un caldo con hierba buena, y la socorrida tortilla de patatas, y el guiso del día, y todo sublimado por el vino dorado que destella en las copas, en fulgores que cuajaron en los soleados viñedos de Jerez o en las salobres puestas de sol en Sanlúcar…
Por tantas cosas hermosas, para mí la Feria en Sevilla, es un lujo al que no quiero renunciar.
Doy fe que este año, con mi mujer y mis hijos, con mi familia y amigos me lo he pasado en grande ¿Y mañana?
¡Mañana Dios dirá!
Pues D. Ignacio yo no puedo estar mas de acuerdo!
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Juan. Un abrazo
ResponderEliminarGenial
ResponderEliminarGracias, querido Julio. Me alegra "verte" por aquí, aunque me hubiese gustado aún más haber coincidido con una copita en la feria. Un abrazo.
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