Que en un pueblecito perdido de la sierra encontremos una joya nos sorprende. Que permanezca este magnífico retablo en el mismo lugar desde el siglo XV, sin que se lo llevaran los millonarios americanos a sus museos, ni lo quemaran los rojos, ni lo malvendiesen los párrocos postconciliares es para congratularse.
Además perfectamente restaurado. Desde los bancos de atrás, en misa, mientras el sacerdote rural, cantaba desaforada y desafinadamente, y todos mis hijos reían (la homilía sin embargo fue breve, sencilla y sensata) yo me dejaba las pestañas tratando de averiguar si tanto esplendor era cierto o una copia.
Al final nos acercamos a admirarlo, era genuino y verdadero, con detalles deliciosos en su ingenuidad, como este Judas que para que a nadie le quede dudas de su carácter artero, roba una rosca que esconde detrás.
La cena ha terminado. Los niños preparan sus cuadernos y materiales
nuevos para empezar el cole.
He subido a
la azotea, me he sentado en mi esquina favorita, ya que veo el Salvador a mi
izquierda y la Catedral a la derecha. Me dispongo a concluir la Odisea. Ulises
acaba de cargarse a los pretendientes en un baño de sangre que ni Tarantino. En
el spotify he abierto una carpeta olvidada de favoritos que me sorprende y deleita constantemente, suenan
Couperin, Handel… en este momentoI´ll
be seen youcanta Billie
Holiday. El rosal y la buganvilla están pletóricos gracias a unos gránulos de
abono que me han recomendado y la noche está silenciosa.
He tenido que
terminar está entrada esta mañana, ya que mi percepción había sido errónea.
Cuando estaba en pleno éxtasis, subió mi mujer recriminándome mi
"pacifismo" y lo improcedente de aplicar “el principio de no
intervención” mientras ella daba de cenar a los niños, los acostaba y ponía las
lentejas para el día siguiente.
Uno que estaba tan
confiado en que todo iba rodado en la planta baja. ¡Qué iluso! Aunque la
interrupción me sentó como un tiro, debo reconocer que, aunque sin ser
plenamente consciente (ella entiende que hubo dolo) era culpable.
La lección es clara: no se puede, ni se debe, disfrutar de
la noche, la brisa y las rosas, si antes no se ha terminado con las lentejas.
Todas las puestas de soles son maravillosas, porque tiñen de rosa hasta lo más gris, pero las de Sanlúcar son imponentes.
En el horizonte, como un doblón de oro recién acuñado, se hunde el astro. Es inevitable la comparación, porque en esa lejanía ha naufragado más de un galeón con su carga de caudales de ultramar y más de una familia a visto su riqueza tragada lentamente por las aguas, desde las torres de las casonas, sumiéndoles desesperadamente en la ruina, (otro día contaré la historia de los Arizón).
Y antes, me pregunto, con qué lo compararíamos, porque el sol viene ocultándose en el mar indiferente a la gesta Americana.
Pues antiguamente simularía una gota de aceite de la minerva romana que, rotunda, cae en un plato de garum, y antes incluso, un pectoral cincelado
de los Tartesos, del oro del tesoro escondido en las marismas del Coto, cuando todo era un inmenso lago de limo y plata.
Y cuando no había un hombre aun sobre la tierra. Pues entonces no había metáforas, que pena.
Aún así algún pájaro lo confundiría con un guijarro pulido y luciente, reverberante en el fondo de la albariza.
y antes...
Bueno, antes la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo.
Ayer mi padre cumpliría 76 años. Solíamos escuchar las inefables canciones de Strauss cuando contemplábamos la puesta de sol desde esa perspectiva.
Si puedo voy al Cervantes, porque así contribuyo a mantener el teatro más antiguo que queda en Sevilla, tras la demolición imperdonable del San Fernando en 1973.
Es una delicia entrar en esa sala de cine magnífica, donde, desde hace más de 150 años hay representaciones y por la que ha pasado la historia del cine.
Curiosamente, Cafe Society refleja ese mundo glamuroso de Hollywood, cuyas obras se han estrenado coetaneamente en la sala en la me hallaba. Palcos, galerías, gran lámpara...
Es el sitio perfecto para ver al siempre estupendo e ingenioso Woody Allen, que a mi no me defrauda casi nunca, y ayer no lo hizo.
Su nihilismo, tan frivolón y acorde con los tiempos, no es tan ácido en esta película, y por ello no pierde un ápice de encanto.
Deseando estábamos de que se encendiese la pantalla para evadirnos de los dos contratiempos domésticos que se plantearon mientras Reyes y yo caminábamos hacia la sala. Ignacio quería ir a Isla Mágica y debía quedarse con sus hermanos, Reyitas debía venir un día antes de Conil para su examen del Conservatorio, que era antes de lo previsto.
Al fin se apagaron las luces y con ellas se disolvieron los problemas.
Se pasa un rato chispeante, refrescante, como la lata de Coca Cola que nos tomamos.
De regreso a casa a media noche ya estaba todo felizmente resuelto.