Al gran maestro, soñador de Sevilla
Antonio Burgos se va pero nos deja su Sevilla. Esa herencia esta ahí y forma parte de la Ciudad como un revuelo de seises o las campanas de la Giralda, como las pinceladas de Murillo, como las páginas de Ocnos, como el vaivén de un palio, como las columnas de la calle Mármoles. Antonio Burgos se va pero, nadie lo dude, se queda haciendo más hermosa y más bella a Sevilla.
Esa Sevilla soñada que con su mirada personalísima y amable, fue acrisolando para entregárnosla transfigurada.
Hoy se nos muere el maestro Burgos, y estamos desconsolados, nos sentimos huérfanos, muy tristes, pero eternamente agradecidos. Hemos buscado en las primeras paginas del ABC su artículo desde niños y hemos aprendido a amar la ciudad a través de sus ojos.
Montesinos, Sierra, Laffón, Cernuda, Izquierdo, Romero Murube… heredero de una forma de ver, de moldear la Ciudad, ha dejado un corpus único. Un caballero atado a una columna, una columna que es un pilar insustituible sobre el que se asienta para siempre la ciudad del Rio Grande.
Hoy han enmudecido los vencejos y hace un frío que cala, que se mete en los huesos, ese frío antiguo que él cantaba, de los sabañones y la callejas solitarias, de los patinillos que rezuman humedades y casas derruidas por las viejas riadas, de zaguanes de mármol y aspidistras mojadas bajo las galerías de columnas de Génova.
Hoy es un día triste porque se ha ido el maestro en un diciembre gris cuando suben de nuevo a sus camarines las Esperanzas.
Hoy viste de luto la Macarena porque se ha roto una voz que le cantó como nadie.
Hoy hay lazos negros de duelo por el Arenal porque ha muerto aquel niño del barrio hijo de la zapatera y el alfayate.
Hoy Sevilla es menos Sevilla...pero no, que Sevilla es eterna como lo es el maestro, nadie podrá destruir la Sevilla de Burgos, porque los sueños no se destruyen. Antonio Burgos ya ha cruzado el Arco y el atrio de San Lorenzo, se lo ha merecido.
Querido Antonio, querido maestro, soñador de la belleza de la ciudad autentica que existe inmutable más allá del tiempo y el espacio. Nos regalaste una quimera pura e inaprensible por los siglos de los siglos.
Descanse en paz, amigo, nuestra deuda es infinita. Dios se lo pague.
Ignacio Trujillo Berraquero