La pobre de Pilar, con sus trece años, se dirige a casa de mi madre a pasar la noche y como no encuentra la parada de autobús en la dirección correcta cruza al otro lado donde sí ve un cartel con el numero Tres, pero claro, se trata de un circular y va justo en la otra dirección. Cuando ya creíamos que estaba llegando nos llama desde una lejana barriada en los chirlos mirlos.
Nosotros estamos en la azotea tomando un pescado frito y despidiendo la feria, exultantes aún, tras venir de los toros y haber visto y levitado con la faena de Morante.
Está allí sola de noche. No te bajes del autobús -le digo- ponte cerca del conductor.
En cinco minutos parece que arrancará, ahora sí, en la dirección correcta. Mientras seguimos tomando unas cervezas encargamos a su hermana Reyes que esté conectada al móvil y pendiente de la niña.
Mi madre nos llama alarmada. Que con el Betis, que acaba de jugar, no llegan los autobuses a Reina Mercedes. ¡Ojú! Llamó de nuevo a la niña. Pregunta al chofer. Este le dice que sí, que sí pasa por allí. Falsa alarma, pues. Pero las madres siempre tienen razón.
Lleva casi dos horas de paseos por la ciudad, son ya las doce y comienzan los fuegos artificiales que vemos desde la azotea, tras la Giralda, acompañados de la música de Haendel, pero me interrumpe mi hija de nuevo -Papa que se ha desviado y no pasa por la casa de la abuela- ¡Mi madre!, los fuegos, la música, la niña y qué hago... -¿por dónde estas? pregunta al chofer.-le digo- Por Manuel Siurot- ¡Pues bájate ahí mismo, corre! Qué jaleo. Espero indicarle cómo se va desde allí. Los fuegos siguen explotando alborozados.
Se corta. Habla con su hermana. Que ya ha llegado a la esquina de La Botella y sabe ir. Descanso. Que está llegando. Que ya ha llegado. Mi madre alarmadísima a punto de darle un colapso. ¡Esa niña por ahí sola, y tú tan tranquilo, a mi me va a dar algo!
Por fin entra en casa. Uff, que tensión. Todavía quedan 10 minutos de explosiones que puedo ver tranquilo.
¡Vaya tela que fin de fiesta!