Es la iglesia de San Luis el culmen del barroco sevillano. Una edificación en la que el círculo está omnipresente; en la planta, la cúpula; como figura perfecta que encarna el Templo de Salomón, modelo ideal y que alude a Christo en la forma espherica de la Hostia; un ámbito dramático que enajena al espectador. El sentido ascensional hace elevarse al visitante hacia la gloria celeste de la linterna y atisba entre las virtudes cristianas, los santos fundadores, los ángeles y las nubes pintadas algo del inefable misterio sobrenatural.
En este escenario onírico, a las doce en punto de la mañana del domingo, cuando el sol entraba a raudales por las vidrieras y se multiplicaba en los espejos de los retablos, en las estofadas y doradas maderas, en los mármoles y jaspes, se escuchó la voz del maestro Falcón, que, con una saeta, comenzó un recital que nos dejo a todos asombrados.
Sin micros, sin imposturas, de verdad de la buena.
Segundo Falcón conserva el tono joven y agudo de una voz flamenca única, pero atemperada por la técnica de una madurez en ciernes que domina como nadie.
Los diversos palos resonaron entre la rocalla dieciochesca, acoplándose la voz y enroscándose como una voluta más en espiral ascendente.
El maestro le da un expresivo toque personal, alargando las silabas en melismas delicados.
La elegancia de Segundo Falcón se fundió a la perfección con la exquisito salón barroco.
El Sopi, con veteranía y sabor antiguo, completó el recital; la guitarra de Santiago Gutierrez y el clarinete de Javier Trigo.
Utilizando el lenguaje poético de la Breve Noticia que describió los fastos de la inauguración del templo en 1733, puedo concluir que aquello se tornó en
Fogoso incendio, ardiente Mongibelo
la cúpula en fulgores reencendía
prestando en brillos al celeste velo
una de luces bella monarchía
Foto de Abc. V. Gómez |