La apertura no pudo ser más exquisita.
Savall organizó un programa en que relacionó las fechas de la biografía del pintor con composiciones de la época.
La tiorba, la chirimía, el sacabuche, el bajón, qué nombres tan evocadores... Podíamos imaginar al pintor entre abates, canónigos y capellanes a los sones de la música, a damas con guardainfantes al aire de una pavana, a los pilluelos del arenal que retrató, al escuchar la chacona.
El tema de "Todo el mundo en general" tan querido en Sevilla, de Correa de Arauxo, lo repitió en solitario con una viola de gamba soprano, llenando el teatro con un instrumento mínimo, una maestría inigualable, una delicadeza extrema. El Pro defunctis final (muerte del pintor tras caer de un andamio mientras pintaba a los 65 años) fue excelso, cuando terminó la última nota y las voces se apagaron hubo unos segundos de recogimiento sobrecogedores.
Como propina el canto de unos poemas del "eco", tan divertidos e ingeniosos.
La edición del programa con todas las letras de las canciones e imágenes murillescas un acierto total.
En fin algo muy alejado de la vulgaridad que nos asola. Parece que esto empieza bien. El teatro, gracias a Dios, estaba a reventar y los aplausos atronadores.
Fui con mi hija pequeña, que esta en segundo de viola de gamba, se portó mejor que muchos adultos. Ni el más mínimo ruido, ni una tos, a diferencia de algunos que habría que colgar de una soga cuando en los momentos más preciosos irrumpen con sus bestiales gruñidos.
Además ella, a sus nueve años recién cumplidos, me enseñó como en las "notas sueltas" era el artista capaz de mover el arco y con la otra mano cambiar la partitura sin dejar de tocar.
Sólo en las dos últimas piezas cerró los ojos con su cabeza recostada en mi hombro. Otra delicia.
De los álamos, vengo, madre.
De ver cómo los menea el ayre.
De los álamos de Sevilla,
de ver a mi linda amiga.
De los álamos, vengo, madre.
De ver cómo los menea el ayre.