Y con ellas, parece, ha estallado la paz.
El verano no se iba nunca y como una condena se iba alargando.
Sobre las ciudades un aura caliginosa y sucia, un manto astroso, iba cubriendo los tejados y los ánimos.
Desde Cataluña nos llegaban las noticias, como chispas, que saltaban sobre este triste polvorín, amenazando con el estallido de la santa Bárbara de esta España nuestra, tan querida (cómo lo hemos notado de pronto, aunque nos parecía un sentimiento relegado) y humillada. Los montes ardían, añadiendo leña al fuego.
Pero por fin han llegado las lluvias, el riesgo de incendios ha desaparecido.
Los insurrectos están en las cárceles y la gente, tan exaltada, tan impetuosa y vehemente, parece que se han apagado también con los chaparrones.
Sin ser ricos, casi todos podemos permitirnos una mesa de camilla, unas castañas asadas y un brasero. También en Cataluña, un vino del Penedés y una tapita de butifarra.
Qué pereza eso de salir a la calle con lo bien que se está en casita.
Escucho los nocturnos de Chopin mientras las gotas se deslizan por los cristales y tras ellos tiemblan los chapiteles de la iglesia.
Por fin ha llegado el otoño, por fin han regresado las lluvias.
Bendito el orvallo que llora sobre este tiempo de oro.
Hola Ignacio. Haces una breve entrada, reflejando nuestra realidad más cercana, pero sobre todo, veo que en ella destaca una clave de esperanza, que me parece el motor del mundo...
ResponderEliminarLa música que has escogido es el complemento ideal para esta estrada...
Nos esperan días espectantes, Dios sabrá lo qué nos depararán.
Amistosamente.
Sí, un resto de esperanza aún me queda. Esperemos que se cumplan. Un abrazo.
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