En la misa de una del
Santo Ángel, anunciaron que ayer tarde
habría unas vísperas de meditación, con música y poesía sobre la muerte de
San Juan de la Cruz.
Cuando los niños estaban cenando, me acordé e hice mutis por
el foro, aprovechando que lo veía todo bastante en calma, cosa rara.
Me alegré lo indecible.
La iglesia estaba en penumbra y los Carmelitas lo habían
preparado todo cuidadosamente.
A tres voces iban leyendo, muy bien leído por cierto, rara
avis too, las últimas horas de San Juan, en una tarde del 13 del día de Santa
Lucía de 1591. Verdaderamente emotivo.
Llagado todo su cuerpo, se asía a una soga que colgaba
encima de su cama para poder moverse. Rezaron el
De profundis, todos los monjes del Convento de Úbeda y, a petición
del agonizante, le leyeron, no podía ser de otro modo, el
Cantar de los Cantares, que al escucharlo clamaba:
-¡Oh, qué preciosas margaritas! –
como si fuera el
comienzo de uno de sus poemas.
-Siento los gastos que le ha ocasionado mi enfermedad- se
excusaba después, apenas sin fuerzas, ante el prior que le tenía ojeriza y que quedó
desarmado ante tanta humildad.
Yo estaba en un banco del final de la iglesia, porque no
quería estar mucho tiempo, pero no podía irme, estaba profundamente emocionado.
Los poemas de San Juan, cantados, resonaban entre las bóvedas dulcemente,
Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.
Y en la oscuridad,
latía palpitante, la llama del sagrario en la capilla sacramental.
¡Momentazo sublime!
no exagero.
Siguieron narrando
la muerte del poeta y ya tuve que irme, que no quería dejar a mi mujer con la
tropa sola, a la hora de mandarlos a la cama. Me arranqué del banco, mi trabajo
me costó.
Eran más de las nueve y media. Ya las calles comerciales estaban, por fin, vacías. Los escaparates
brillaban solitarios y yo pasaba en bicicleta bajo las luces de navidad de
colores, incongruentes sin la bulla y el ruido habitual.
Ya en casa tuve que
romper el hechizo y pegar cuatro voces, para que todos se fueran a la cama, -
cinco minutos más, me falta el batido, un momento que voy al baño, quiero un
vaso de agua- y mil excusas que eternizan el momento.
De la mística a la
ascética (vía purgativa) en cuestión de segundos.