Y aparqué con muchísimo cuidado en la única plaza libre que quedaba en mi garaje, justo delante de un magnífico Rolls Royce, negro, brillante y descapotable, por más señas.
El mío lo dejé a tres cuartas de distancia. Mi coche, no mi Rolls Royce, entiéndaseme bien. Mi Peugeot achacoso y sucio, no fuese a contaminar a aquel, con un ligero roce y me costase un ojo de la cara la reparación de un leve rasguño en tan esplendida carrocería.
O no pintaba yo nada allí o el suntuoso automóvil. ¿Quién será el propietario? pensaba-Me gustaría coincidir con ellos y deleitarme viendo al “mecánico” abrir las portezuelas mientras baja la jequesa de Omán, si la hubiere, o Lady Margaret de Kent duquesa de Sheffield, o, no sé, alguien digno de un animal tan bello. O, quizá, mejor no, seguro que me decepcionaba y el magnate millonario, es a lo peor, un viejo gastado, tanto como los vaqueros que portase, que estas cosas suelen suceder, que la concha es más hermosa que el bicho…
Mi Peugeot, lleno de churretes, sillas, alzas, gusanitos y gusarapos, tierra, papeles, céntimos, lápices y rotuladores, muñecos despedazados de los happy meal o Mac menú y esas cosas, la marca del último vómito de Reyitas, chorreando por la ventanilla trasera y seco. Sí, lo sé , no tengo excusa, he de llevarlo al sudamericano que los limpia en los Remedios. La última vez, se negó a admitirme la tarifa media cuando vio el estado del artefacto. Tuve que pagar la tarifa plus… Como iba diciendo, mi pobre vehículo me pareció aun más miserable, ¡oh, pobrecito!, con los buenos servicios que presta, con su baúl en la baca y todo, y lo mal que lo trato. Si por lo menos le hiciese un lifting cada equis años y le quitase las abolladuras y demás achaques, pero es que paso.
Espero que ningún asistente social ni nada parecido lea esta entrada, porque capaces son de quitarme los niños por falta de salubridad e higiene vehicular…aunque pensándolo mejor…quizá…
En fin cuando pasé al lado del soberano Rolls negro y majestuoso no pude contenerme y acaricie su lomo de satén y charol con mis sucias manos, no me vió nadie profanarlo, a Dios gracias. Quisiera poderlo sentir ronroneante, cual perezoso gato satisfecho, tan inaudible y sutil, que, dicen, no dejaría caer una moneda colocada sobre las alas de la figura alada que lo corona.
Pensé, qué razón tenía Marinetti, cuando decía lo de que un coche de carreras vale más que la Victoria de Samotracia; que la Niké maravillosa va a ser que no, pero muchísimo más que los escombros que la artista española ha expuesto en la bienal de Venecia, seguro que sí. Ahora, que eso no es arte, se trata de arte “ contemporáneo”, el calificativo es esencial, ya que entonces sabemos que se trata, no de "arte" a secas, si no de otra cosa que nada tiene que ver.
A lo que iba, esta noche me siento como mi viejo Peugeot. Algo melancólico e inútil. Un estimado amigo, me ha llevado de visita a la modernísima universidad de Loyola, de los jesuitas, en Palmas Altas, en un edificio diseñado por R. Rogers, (el del Pompidou) todo nuevo, límpido, diáfano, ultratelemático y punto com, las pizarras digitales, sillas móviles, conexiones múltiples en los pupitres con enchufes varios…toldos mecánicos que el profesor mueve con un dispositivo táctil, lamas ultraligeras que se mueven con fotosíntesis en las ventanas panorámicas, medidores de anhídrido carbónico, ¿o era de ozono?¡…Ay, quien pudiera dar ser profesor en tan esplendido recinto! Pero cuando terminaré yo la tesis, requisito ineludible, además de un inglés como para poder tomar el té con la reina de Inglaterra. (Todo es cuestión de retomarlo, con reverencias incluidas…)
En fin que soy un viejo y cascarrioso Peugeot frente a los magníficos Rolls Royces que pululan por ahí..
Eso sí, como siempre, hay cosas que consuelan, y así hago recuento, tengo un trozo de azotea con mucho cielo, y por la noche con multitud de estrellas y a veces una luna sólo para mí, y unas macetas de jazmines que están brotando, y una torre y una cúpula iluminada…Y sobre todo, siempre hay, uno o dos niños que hay que trasladar a la cama, siempre dormidos en un sofá, desmadejados e indefensos, con las mejillas como aterciopelado fruto, dispuestas a recibir mis labios, ahora que no pueden evadirse y están a mi merced. Y yo bien que aprovecho la oportunidad y no me privo. ¡Ah, entonces este destartalado Peugeot, se siente Rolls!