Vista a la izquierda |
Vista a la derecha |
Sin premeditación llegan momentos espléndidos.
La cena ha terminado. Los niños preparan sus cuadernos y materiales
nuevos para empezar el cole.
He subido a
la azotea, me he sentado en mi esquina favorita, ya que veo el Salvador a mi
izquierda y la Catedral a la derecha. Me dispongo a concluir la Odisea. Ulises
acaba de cargarse a los pretendientes en un baño de sangre que ni Tarantino. En
el spotify he abierto una carpeta olvidada de favoritos que me sorprende y deleita constantemente, suenan
Couperin, Handel… en este momento I´ll
be seen you canta Billie
Holiday. El rosal y la buganvilla están pletóricos gracias a unos gránulos de
abono que me han recomendado y la noche está silenciosa.
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He tenido que
terminar está entrada esta mañana, ya que mi percepción había sido errónea.
Cuando estaba en pleno éxtasis, subió mi mujer recriminándome mi
"pacifismo" y lo improcedente de aplicar “el principio de no
intervención” mientras ella daba de cenar a los niños, los acostaba y ponía las
lentejas para el día siguiente.
Uno que estaba tan
confiado en que todo iba rodado en la planta baja. ¡Qué iluso! Aunque la
interrupción me sentó como un tiro, debo reconocer que, aunque sin ser
plenamente consciente (ella entiende que hubo dolo) era culpable.
La lección es clara: no se puede, ni se debe, disfrutar de
la noche, la brisa y las rosas, si antes no se ha terminado con las lentejas.
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