Mi dulce flor, mi delicada princesa, la menor de mis vástagos, tierna y sutil, juega y alboroza junto a sus hermanos. Sus trinos y gorjeos llegan a mis oídos mientras leo en mi habitación, mi santa esposa ha salido, todo va como la seda, hasta que me sorprende su cristalina vocecita que dice a su hermano Manolo: ¡gilipollas!
Por un momento creo que es un malentendido, una pesadilla, pero no, sus hermanos lo corroboran- ¡Lo que ha dicho, lo que ha dicho! cantan entre horrorizados y jubilosos.
El momento diez se ha roto. Mi primer impulso es hacerme el longuis... pero mi deber de padre se impone, además el resto no dejan pasar la oportunidad. ¡Lo que ha dicho, lo que ha dicho!- claman como el coro de una tragedia griega.
Debo acudir sin demora, esto no se puede consentir, si a los seis años es capaz de soltar esas perlas, si no la atajo, corro el riesgo de que a los dieciséis aparezca vestida, qué se yo... como las niñas de Zapatero, o que se convierta poco más adelante en concejala del Ayuntamiento de Madrid... Por lo tanto dejo mi cómoda poltrona, cierro mi interesante libro, aclaro mi garganta y con una voz profunda y cavernosa exclamo: ¿Qué he oído?
Se masca la tragedia, Manolito, el corifeo, continua ¡lo que ha dicho, lo que ha dicho!- Pilar tiembla, se escabulle, se esconde en su cuarto al que me dirijo con voz tonante, la pobre agazapada, intenta justificarse -es que, es que...-
- Es que nada, qué nunca vuelva a oír yo esa palabra en esta caaasa- Debo evitar que la risa se me note en los ojos y debo haberlo conseguido, puesto que la pobre de Pilar, consciente de tamaña culpa, rompe a llorar desconsolada, tratando de justificarse.
Santi y Manolo se regodean en la desgracia ajena y ríen desde la puerta. ¡Madre mía! merecen otra filípica por su falta de solidaridad filial. ¡En fin, esto es la educación! -¡cada uno a su cuarto!-concluyo cual ogro feroz y escapan, aunque sin dejarse engañar del todo.
Parece que todo se ha calmado. Regreso a mi habitación, a mi libro.
Al momento vuelve a escuchar la pelota botar ante el espejo dorado del vestíbulo. Por fin ha regresado la paz... hasta la próxima.
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