El verano es menos elegante que el invierno. Es más chabacano, más de sandía y neveras y gente medio desnuda por todas partes.
Esta sociedad sin clase, y pretendidamente sin clases, en verano se nota más.
Los seres humanos se degradan. Comenzando con las cabalgatas bochornosas de hombres en tangas bailando en carrozas por las calles de la ciudad.
Las patas peludas de los ciudadanos en bermudas y chancletas, las, aún peor, depiladas y musculosas de los chicos Gym, los tatuajes diversos, las axilas al aire, las carnes sebosas impúdicamente exhibidas.
La mayoría de las personas deberíamos estar tapados. Ya que, desgraciadamente no existe una ley que impida salir a los feos, al menos deberíamos cumplir las normas de urbanidad de nuestros antepasados, que se cubrían delicadamente evitando el espanto del prójimo.
Miro una foto sepia de la Calle Sierpes en pleno verano y los señores llevan elegantes chaquetas claras, de hilo, bien planchadas y sombreros panamá, por supuesto corbatas. Con los mismos 40 grados de ahora y sin aire acondicionado. A ese mismo señor con bigote y zapatos lustrosos, póngale usted unos pantalones piratas que le dejen ver unas pantorrillas blancas y escuchimizadas y una camiseta que se le ajuste bien a la barriga prominente. ¡Oh, pobre hombre, ha perdido toda su dignidad de caballero y se ha convertido en un guiñapo miserable!
Ahora todo el mundo va, desvergonzadamente, dañando la vista de sus convecinos. Qué falta de caridad para con el prójimo, qué prepotencia, qué impudicia, qué obscenidad…
¡Cúbranse, hombre, cúbranse!
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