martes, 23 de junio de 2015
De paraísos perdidos
Lo expresa muy bien Cernuda:
"Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien.) Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero..."
Mi hija Pilar todavía, ¡todavía!, no ha sido expulsada . ¿Cuanto tiempo le queda? Como la rosa en sazón, esa inocencia pura es breve.
Me pregunta la hora continuamente. Yo, al principio, muy formal la miraba y se la decía exacta, hasta que me dí cuenta de que para ella el tiempo no existe aún a los seis años. Sus estaciones vienen marcadas por las vacaciones, y sus horas por el aburrimiento y los juegos, por las galletas con nocilla de la merienda o la tostada del desayuno, palabras que todavía confunde y utiliza indistintamente.
Somos sus padres los amos del tiempo, el sol, que decimos cuando hay que acostarse o levantarse o incluso, cuando hace calor o cuando hay que ponerse el jersey.
Hago la prueba y cuando me pregunta le digo la primera hora que me viene a la cabeza, la hora de Nueva York, quizá, y ella contesta, muy conforme, ¡ahh! y sigue, con sus muñecas o dibujando casitas torcidas y pájaros como grandes y redondeadas "m" en un cielo que es una franja azul en la parte de arriba del papel...
En los niños, el barró de la creación aún está fresco, los años nos endurecen, no puede ser de otra manera, para sobrevivir.
Pero, al final, retornaremos a ese tiempo sin tiempo, de tierra húmeda y rosa, otra vez.
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Supongo que cuando nos jubilamos algo de eso vuelve, aunque veamos el punto final, mientras tanto, sólo momentos, ratos muy breves.
ResponderEliminarUn abrazo