Nunca me ha gustado el otoño. Qué triste los días cortos, de nuevo el colegio, los deberes, los exámenes, la lluvia, la televisión encendida...
El verano era la libertad, la piscina, las vacaciones larguísimas, los días eternos, la playa, la falta de horarios, acostarse tarde, levantarse sin prisas, las niñas, los viajes, leer hasta las tantas, montar en bicicleta, el cine de verano…
Eso era antes, ahora me encanta el otoño, este año estoy paladeando, creo que por primera, vez esta estación de paso.
Las vacaciones son cortas, el calor insoportable, los días no se acababan nunca…
¡Vaya resulta que me estoy haciendo viejo! Lo cual no está nada mal, a ver si así me hago más maduro, más reflexivo, más sosegado, más ecuánime, más tolerante, más sereno…como el otoño; con esa luz difusa de los atardeceres, que ahora aprecio como el oro, con los días avaros que invitan al recogimiento. Con la lluvia que serena el ánimo y difumina los perfiles y convierte el paisaje en una acuarela plateada. ¡Qué ganas de quedarse en casa refugiado en la falda de camilla! ...ver a través de las ventanas la cúpula brumosa entre el humo del puesto de castañas y los adoquines mojados y el chapoteo de los coches al pasar y los faros reflejados en los charcos, en el asfalto brillante, en los escaparates de la noche, y mi libro esperando, y la lamparilla encendida junto al balcón...
Nota: todo esto sólo se hará posible cuando los niños estén acostados y aún se conserven fuerzas para seguir despierto. Grado de dificultad: ED (extremadamente difícil)
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