En la azotea cae la tarde. Desde la plaza llega el acordeón de unos rumanos, con su aire tristón. Reyes y Manolito juegan al futbol con una pelota de tenis. Las porterías dos macetas . El sol poniente convierte la pantalla en un espejo, donde veo las campanas de la torre y mi imagen fantasma sobre estas letras, con el pelo alborotado y el polo azul. Los demás niños están abajo jugando plácidamente. ¿Plácidamente? Al menos por ahora no escucho gritos, ni llanto. Bendito sea Dios. Los pájaros, que hicieron sus nidos entre los pináculos de la iglesia de piedra, trinan despidiendo al día. Y mi mujer me va contando las reformas que hará en esta, nuestra casa, “cuando tengamos dinero”. La pantalla, claro, me devuelve la sonrisa.
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