Pues si me equivoqué.
El único traumatólogo estaba ocupado desde hacía tres horas con una operación delicada.
La amable enfermera con una bata de dibujitos se disculpo. Ignoraba cuanto podía tardar aún. Pensé en regresar al día siguiente, pero me indicaron que los puntos deben realizarse antes de que los bordes de las heridas se deterioren.
Pues esto es lo que hay.
Y no es mala experiencia esperar en una sala rodeado de padres con niños en la misma situación, se crea una complicidad ante la adversidad. Cada uno es de su padre y de su madre, pero a todos nos une la criatura vulnerable que portamos en brazos. Uno con una herida en la mano, otro con un suero porque espera un posible diagnostico de apendicitis, aquella que se ha clavado un cristal, el otro que se cayó de un columpio. Se ven tan indefensos, sobre todo a los padres, que se crea un vínculo de solidaridad con la humanidad doliente. Son los padres los que se ven impotentes ante el dolor de sus hijos. Una niña de cuatro años animaba a su madre, no llores mamá, que te pones muy fea- decía- ya no me duele…
Y aunque le dieron un número a cada niño, al poco ya los conocíamos por sus nombres…
Tras varios cuentos y besos, por fin llegó el médico.
Fueron pasando por turno cada lesionado e iban saliendo, ora con un brazo en cabestrillo, ora con un dedo vendado, una rodilla…
El traumatólogo, joven, que debía de estar cansado, no lo dejaba percibir. Con buen humor y mucho tacto embaucaba al niño. Yo no podía estar en el quirófano, y allí quedó mi hijo tumbado en una camilla, rodeado de médicos y enfermeras. -Te va a picar un mosquito-, oía yo tras la puerta,- avísame, y le clavaron la inyección anestésica. Un leve llanto se escuchó tras la puerta, que inmediatamente fue consolado.
Tardaron si, en atenderle, pero qué bien lo hicieron.
Salí agradecido. Santi, orgulloso con su tobillo vendado, explicándome lo valiente que había sido.
Bueno, el resto, visto y no visto: coche, casa; 10 minutos. Ducha, afeitado, vestirse, peinarse, seleccionar y hacerse el nudo de la corbata, calcetines, zapatos, cordones: 4 minutos. Con los gemelos luché como pude camino de la iglesia que, suerte, estaba cerca de casa.
Y llegue… a la comunión. Pude escuchar las palabras emocionadas de los hijos desde el ambón y la hermosa Salve final que cantó el coro y elevar una oración de acción de gracias y de petición por la felicidad de esa familia veinticinco años más.
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