Ha muerto Pe de la Paz.
Ayer mientras desayunaba vi la esquela en ABC.
Un cúmulo de recuerdos me golpeó.
Era Pe de la Paz la mujer más elegante que he conocido. Era de una belleza rotunda. Unos ojos verdes transparentes. En las fotos de joven que pude ver, el ovalo de la cara era perfecto. Ninguna artista de los cincuenta podía hacerle sombra.
Cuando en esa Sevilla aristocrática de las fiestas en Pilatos y Dueñas, cuando llegaban Grace Kelly y la Onassis y Ava Gadner a la feria, no dudo que Pe de a Paz, que se codeaba con todas ellas, era la más bella y la más envidiada. ¿Quien es esa niña de grandes ojos claros? preguntarían.
Era Pe además una artista. Sus cuadros de paisajes y jardines, reflejaban su alma delicada.
Todo lo que tocaba lo transformaba. Con unas telas abandonadas hacía unas cortinas o un tapete o un vestido.
Aquí ponía una flor, allí un candil con una vela, en un rincón organizaba un bodegón exquisito con cuatro cosas que encontraba.
La recuerdo alta, delgada, flexible. Era distinguidísima, el culmen del estilo. El pelo negro recogido sin artificios, dejando el cuello esbelto a la vista. No necesitaba nada para lucir perfecta, para ser admirada allá donde estuviera. Pasaba y dejaba una estela, como una ninfa, como un hada.
Hace años que no la veía. Sé que había perdido la memoria y en una residencia esperaba reunirse con su querido hijo Marco, con mi amigo Marco, que era el pequeño de su casa y del que nunca se separó.
Querida Pe de la Paz, es triste la vida y la melancolía me invade hoy cuando pienso en estos años últimos sin recuerdos. Aún así, me han dicho, sentada en una silla sin moverte, no habías perdido tu elegancia, como la rosa en un libro que un día fue fresca.
Pe, bendita muerte que te reúne hoy con tu hijo.
Me vienen al oído las notas del piano que tocaba, improvisando partituras.
Resuenan alegres a pesar de la muerte que no existe ya para ti.
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