miércoles, 28 de marzo de 2018

Estación de penitencia 2018


Salgo con cuatro de mis hijos con el antifaz cubriendo el rostro. Un último Padre Nuestro antes de abrir el portón y asomarnos a la calle. Hay gente sentada en el escalón, que se apartan, sorprendidos, cuando salen las espigadas figuras silenciosas y oscuras de los nazarenos.
Este año Manolo cumple 14 años y viste por primera vez su túnica de ruan. Santiago va de mi mano, al ser aún pequeño irá de paje.
Por entre el bullicio discurrimos sin mirar atrás, callados y por el camino más corto hasta la capilla, tal como mandan las reglas, tal como lo han hecho tantos antes, tal como lo he hecho yo con mi padre y mis hermanos, tal como espero lo sigan haciendo mis hijos mañana.
Siento una íntima satisfacción de renovar el rito secular.
El mayor es ya un hombre, más alto que su padre y Reyes, erguida, delgada, camina discreta y grácil.

Todos comulgamos antes de salir. Una fila interminable de nazarenos descubiertos, capirote en mano se acercan al altar.
Este año voy con la bocina del paso de Cristo. Cuando uno va cumpliendo años va adquiriendo privilegios, ya se necesitan gafas de cerca pero también se va más cerca del Señor.



A pesar de sentir el golpe seco del llamador a mis espaldas y estar tan próximo no puedo volver la cabeza y esa es la mayor penitencia, más que las horas de caminar silencioso o el peso de la bocina, que termina por molestar sobre el mismo hombro.

En un ángulo recto, en la Catedral, consigo, con el rabillo del ojo ver al Cristo pasando bajos la naves apuntadas, altísimas, umbrosas, calladas. Como una estampa de otro siglo, el Crucificado pequeño, con la ingenuidad propia de la escultura de un gótico tardío, se recorta entre las pétreas columnas acanaladas. A la vez que se cerraron esas cubiertas nervadas se esculpió esta antigua imagen, tal vez por eso la conjunción es perfecta.
Cuatro hachones verdes de cera pura en cada esquina, delante los ciriales de plata portados por solemnes acólitos de oscuras dalmáticas. Sobriedad, silencio, unción. Hay mucha verdad contenida ese ascético recorrido entre bóvedas y retablos apagados. A través del antifaz, in ictu oculi, he vislumbrado toda la autenticidad decantada de los siglos en ese instante.
Se mueve la cofradía, sigo mirando al frente, en la retina la fugaz imagen de la Sevilla eterna detenida.
La música de capilla entona Christus Factus est. El oboe y el fagot alargan sus notas en la noche.

Como voy tan cerca, puedo leer en los rostros de la gente, que dirigen sus miradas absortas al Cristo que me sigue.
En el objetivo de un fotógrafo veo distorsionada el reflejo del paso detrás de mí.

Cuando a medianoche, pasamos por la plaza antigua y silenciosa, noto que dos pajes se han adelantado y se ha colocado entre el nazareno que porta la otra bocina y yo.
Uno de ellos es mi hijo. Muy modoso (¡aquel trueno...!) con el traje de terciopelo negro y galones de oro y sus manos enguantadas unidas en decoroso ademán, camina junto a mí.
Me hace tanta ilusión sentirlo cerca que se me quita el dolor del hombro de la pesada bocina de plata.

Va repeinado con fijador y siendo tan pequeño y yendo tan solemne hace las delicias de la gente que hacen comentarios tales como: que gracioso, que guapo, está para comérselo... y yo que soy el padre y no puedo hablar temo que se me hinchen las costuras y salte el esparto que me ciñe la cintura.

Cansados regresamos al templo. Saltan las saetas de balcón a balcón y entran los pasos en la capilla apagada.
Cuando el hermano mayor permite descubrirse, asoman las cabezas despeinadas, con la marca de las cinco horas de capirotes en las frentes sudorosas.
Hay una secreta emoción en todos, sabedores de que otro año más hemos cumplido con el ceremonial antiguo que nos han legado.
La campanita alegre que ha sonado cuando el Santísimo se ha elevado hace unos minutos por entre al mar de afilados antifaces, bendiciéndonos a todos, resuena en aun en nuestros oídos y en nuestras almas jubilosas.

Ha terminado la estación de penitencia. Hemos rezado por todos.

Hasta el año que viene.

Si Dios quiere.



No hay comentarios:

Publicar un comentario