Con Bosco, Jaime y Alvaro pasó un buen rato y dos alumnos, Ramón y Gines, de ingeniero y derecho respectivamente, me reconcilian con el mundo pues transmiten ilusión y entusiasmo. Aquel escribe poemas y me invita esa tarde al recital de Eloy Sánchez Rosillo, al que si puedo prometo ir.
Arístides Artal, excelente pintor, al que hacía años que no veía, tras la charla, me lleva a su estudio y puedo ver su maravilloso trabajo, especialmente el retablo que, recién concluido, sale el lunes para una capilla en Argentina.
Daba miedo regresar en bicicleta bajo los arboles y palmeras que se doblegaban bajo el viento.
En Caixaforum tenía programada una visita a la exposición de Robert Capa, de sus fotografías en color.
Una gran muestra, la guerra, el glamour de Biarrizt y las bellísimas actrices de los cincuenta, los campos de Indochina, donde junto a los soldados y los tanques, los campesinos pastorean sus bandadas de gansos entre la alta hierba. Allí murió cuando le estalló una mina. "Si la foto no es buena es porque no te has acercado lo suficiente". Fue una sentencia premonitoria, fue su sentencia de muerte.
Al salir lloviznaba, fui a recoger a Pilar y su amiga de clase de sevillanas, las dos en la bici una detrás y otra delante en equilibrio inestable.
Eran más de las ocho y me quise alargar al recital de Sánchez Rosillo.
Cuando iba hacia allá se pinchó la rueda de atrás. Aun así llegué a trancas y barrancas, eran casi y media.
Entro en la sala, toda atestada, logro un asiento. Comienzo a escuchar y tardo unos segundos en darme cuenta de que aquello es una reunión política de "Ciudadanos".
Salgo y encuentro otra sala, esta con todos los sitios que quiera a mis disposición. Eloy S. R. lee sus poemas, con una voz profunda, recia, clara, con una dicción perfecta, con una naturalidad alejada de toda afectación.
Son varios los poemazos que escuchamos.
Es un canto a la vida, a la belleza que sorprende en lo cotidiano, en la alumna del piercing que pregunta, en el cesto de manzanas sonrientes de la tienda de comestibles, en la acacia grande de la casa de labor de la infancia, en el recuerdo de la madre que sobrecoge, en el yo que envejece externamente frente al íntimo que permanece invariable.
Me ha compensado el esfuerzo, la lluvia y el pinchazo, porque se alcanzan momentos de verdadera emoción.
Allí los inasequibles al desaliento, Juan Bonilla, José Julio Cabanillas, Carmelo Guillen, Juan Lamillar, Cristine y Abelardo Linares, García Barbeito... un auditorio cortito, no más de veinte, pero de altura.
A la salida nos confundimos con la multitud de la sala de Ciudadanos. Al bajar las escaleras me detengo, al fondo en penumbra, ya cerrado al publico veo el inigualable cuadro de Murillo de la Virgen de la Faja. Me paro y lo miro tras el cristal, allí , tan cerca, otra maravilla sorprendente.
Dejo el chubasquero mojado en la puerta y entro al fin en casa. El mayor estudia en su cuarto. A oscuras, el foco ilumina los libros sobre la mesa. Los dos pequeños ven la tele en el salón. Reyes está fuera y los dos más béticos en el campo viendo empatar a su equipo con el Real Sociedad (que hay que tener ganas con esa lluvia y ese viento)
Yo ceno tranquilamente en la cocina tras una tarde memorable.
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