Estamos traumatizados por el espantoso asesinato de Gabriel Cruz.
No somos capaces de asumir tanta maldad. La frialdad de la asesina nos sobrecoge.
La lección nos viene dada por los padres, especialmente por la madre. Un rayo de esperanza ilumina esta tragedia.
Qué entereza, qué aplomo, qué fortaleza la de esta madre en los momentos más duros de su vida.
Ella ha sentido el apoyo de los cuarenta millones de españoles que se han solidarizado con su dolor. Sin duda, los cientos de miles de oraciones de tantos durante estos días no han caído en saco roto y, aunque no han podido salvar al niño, están contribuyendo a que esta familia sobrelleve la pérdida.
Aunque intento distanciarme de este hecho, las noticias, las redes me lo recuerdan constantemente.
Cuando abrazo a mis hijos, especialmente a los dos menores, que son de la edad aproximada del pequeño Gabriel; cuando se van a la cama, cuando me he despedido esta mañana para irme al trabajo; tan frágiles, tan inocentes; lo hago con gran sentimiento, me demoro más, imprimo más fuerza; es como si abrazara en ellos también al "Pescaíto", como si me uniera a esos padres desolados cuyos brazos encuentran el vacío.
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