A Lorenzo no lo conozco. Su madre, una señora mayor, se ha
desmayado hoy en misa. Con los folios que llevaba de una demanda, dirigida al Juzgado
de Primera Instancia nº 5 de Sevilla, trataba de reanimarla. Tumbada en el
último banco apoyaba la cabeza sobre el regazo de su hija, que le acariciaba
las manos cerúleas.
Pasada la primera alarma el sacerdote continuó con la
celebración interrumpida.
En el memento de difuntos se nombró al tal Lorenzo.
-Era mi hermano- me dijo la hija.
La señora continuaba con los ojos cerrados. Los labios,
pintados de rojo, resaltaban, grotescos, sobre su piel lívida por el vahído. Sus
piernas, extendidas sobre el asiento de madera, dejaban ver los elásticos de
las medias marcándose sobre las pantorrillas y, desajustada la ropa, aparecía
la blusa, la faja y un pequeño triangulo de piel desnuda.
El desvalimiento era total, como una Dolorosa medieval.
Vuelto el aliento, se fueron despacio, la madre apoyada en
el brazo de su hija. Al recomponerse volvió el aire elegante que había perdido.
Lorenzo ha muerto con 55 años- me dijo la hija- hoy hace
tres meses exactamente, por un cáncer de pulmón.
Confiando en la Comunión de los Santos rezamos, algo siempre
podemos hacer, conmovidos y reconfortados.
Descanse en paz Lorenzo.
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