martes, 8 de noviembre de 2016

XXV Años de Derecho: regreso al pasado.



Me incorporan a un grupo de wasap a primeros de septiembre, porque se está organizando un almuerzo para celebrar los veinticinco años de haber salido de la carrera.
Ni me acordaba que había pasado tanto tiempo. En principio no me hacía una especial ilusión porque a mis amigos, que siguen siendo mis mejores amigos, los sigo viendo y a los que no, para qué.
Craso error. Nunca imaginé que me lo iba a pasar tan bien, precisamente porque había muchos que no veía desde entonces y fue una verdadera experiencia el reencuentro.

Me pareció que ya que se hacía la celebración se complementase con algo más solemne, por ello propuse un acto en el Paraninfo, con la presencia de algunos profesores y una misa de acción de gracias en la capilla universitaria (a pesar de las protestas ¡increíble! de dos personas, que incluso se salieron del grupo por esto último).
Pues fue un exitazo. En el Paraninfo, tan solemne, rodeado de cuadros barrocos y retratos de reyes y reinas, pasamos un rato estupendo. Antonio Alfonso, amigo, compañero de clase, actual profesor de Administrativo e hijo de uno de nuestros más queridos profesores de entonces, disertó sobre pasado y presente en la Universidad. A pesar de que trató de ser serio y formal no dejó de transmitir la simpatía que siempre le ha caracterizado. El profesor Domínguez Plata, que nos dio prácticas de Civil, y al que realmente asalté hace un mes requiriendo su colaboración, lo bordó. Estuvo cercano y verdaderamente amable representando a la Universidad. El que suscribe lanzó un speech sobre illo tempore, hilvanando recuerdos y anécdotas, y disfruté enormemente haciéndolo. Mi amigo Salva Jiménez, hoy Abogado del Estado, lo grabó todo con el móvil y lo que me ha gustado más al escucharlo han sido sus risas de fondo, que hace el efecto de las que enchufan enlatadas en las series de humor.

Ante la impresionante talla de Juan de Mesa, ese Cristo de la Buena Muerte, al que tantos estudiantes han rezado durante generaciones, la misa fue sencillamente inolvidable. D. Álvaro Pereira además de sacerdote es joven, inteligente y alegre, conjunción perfecta ahora, imagínense cuando deje ser joven…

No sé bien cómo explicar las sensaciones de este reencuentro, que fue emotivo para todos los que fuimos. Hasta para los más reacios a las sentimentalidades. Y es que se crea un climax en el que pronto quedas imbuido. Comienzas a distinguir caras que estaban en una nebulosa y que poco a poco se van clarificando, hasta que de pronto tienes como una iluminación.  Ah, es verdad - dices de repente-  si este es fulanito, si aquella es la que me dejaba los apuntes, si este otro era… y así constantemente.
Como los que van lo hacen porque tienen unos recuerdos más o menos gratos de entonces, el que no, se queda en casa, hay como un hilo o vínculo que une a todos. Un sustrato de la felicidad de los veinte años, un rescoldo de nostalgia que se enciende y crea como una hoguera de recuerdos alegres, de experiencias compartidas que resucitan y que creías olvidadas. Por unas horas has vuelto al pasado. Esto como no suele ocurrir, crea un estado de conmoción, una especie de divertida euforia que duró, como la Cenicienta hasta que dieron las campanadas de la medianoche.

A pesar de la calvicie y la presbicia, todos estábamos bastante reconocibles, las niñas más y echamos una jornada memorable. Ya en los cincuenta no sé qué sucederá.

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