Ni me acordaba que había pasado
tanto tiempo. En principio no me hacía una especial ilusión porque a mis
amigos, que siguen siendo mis mejores amigos, los sigo viendo y a los que no,
para qué.
Craso error. Nunca imaginé que me
lo iba a pasar tan bien, precisamente porque había muchos que no veía desde
entonces y fue una verdadera experiencia el reencuentro.
Me pareció que ya que se hacía la
celebración se complementase con algo más solemne, por ello propuse un acto en
el Paraninfo, con la presencia de algunos profesores y una misa de acción de
gracias en la capilla universitaria (a pesar de las protestas ¡increíble! de
dos personas, que incluso se salieron del grupo por esto último).
Pues fue un exitazo. En el
Paraninfo, tan solemne, rodeado de cuadros barrocos y retratos de reyes y reinas,
pasamos un rato estupendo. Antonio Alfonso, amigo, compañero de clase, actual
profesor de Administrativo e hijo de uno de nuestros más queridos profesores de
entonces, disertó sobre pasado y presente en la Universidad. A pesar de que trató de ser serio y formal no dejó de transmitir la simpatía que siempre le ha
caracterizado. El profesor Domínguez Plata, que nos dio prácticas de Civil, y al que realmente asalté hace un mes requiriendo su colaboración, lo bordó. Estuvo cercano y verdaderamente amable
representando a la Universidad. El que suscribe lanzó un speech sobre illo tempore,
hilvanando recuerdos y anécdotas, y disfruté enormemente haciéndolo. Mi amigo
Salva Jiménez, hoy Abogado del Estado, lo grabó todo con el móvil y lo que me ha gustado más al escucharlo
han sido sus risas de fondo, que hace el efecto de las que enchufan enlatadas
en las series de humor.
Ante la impresionante talla de Juan
de Mesa, ese Cristo de la Buena Muerte, al que tantos estudiantes han rezado
durante generaciones, la misa fue sencillamente inolvidable. D. Álvaro Pereira además
de sacerdote es joven, inteligente y alegre, conjunción perfecta ahora, imagínense
cuando deje ser joven…
No sé bien cómo explicar las
sensaciones de este reencuentro, que fue emotivo para todos los que fuimos. Hasta para los más reacios a las sentimentalidades.
Y es que se crea un climax en el que
pronto quedas imbuido. Comienzas a distinguir caras que estaban en una nebulosa
y que poco a poco se van clarificando, hasta que de pronto tienes como una
iluminación. Ah, es verdad - dices de repente- si este es fulanito, si aquella es la que me dejaba los apuntes, si
este otro era… y así constantemente.
A pesar de la calvicie y la presbicia,
todos estábamos bastante reconocibles, las niñas más y echamos una jornada
memorable. Ya en los cincuenta no sé qué sucederá.
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