A su regreso, parado ante el magnifico retablo cerámico del Cristo del Amor |
Han salido 220.000 personas a la
calle a ver el Gran Poder en su salida extraordinaria. Eso son como 4 o 5 veces
los habitantes de una ciudad de provincias .
Ha pasado por la puerta de mi
casa a la ida y a la vuelta de la Catedral, se ha parado ante ella y ha seguido su camino.
Un silencio hondo y antiguo
acompaño al Señor.
La gran plaza enmudeció cuando aparecieron
los ciriales. Como un manto el silencio se extendía y el Señor pasaba entre una
multitud ingente que, sobrecogida, era como si no existiese. Un ciego, con su
hipersensibilidad, sólo hubiese notado el raro sonido de miles de respiraciones
acompasadas y cientos de alientos contenidos, y quizás, el leve click de los
móviles, de miles de aparatos capturando el instante, tributo que ha de pagarse
a la modernidad.
Sólo una vez que concluyó la
procesión, cuando uno se repone de la impresión se percata de ese fenómeno.
220.000 personas de todas las
clases sociales, de todas las edades, comportándose con un decoro y un saber
estar que creíamos perdido.
Me reconcilia con mi ciudad y con
la Semana Santa que es capaz de estos prodigios.
Alejado de la ordinariez
imperante, de lo pretencioso, de la farfolla ruidosa, de la ostentación
chabacana, de la trompetería infame que parece que se apodera de ella y que
tantas veces nos hace mover la cabeza con el desesperado ¡ no es eso, no es eso!.
Sólo por una experiencia como esta se
redime todo lo demás, como un solo justo redime una ciudad.
El ciego de Jericó, no hubiese
necesitado preguntar, un silencio inmenso le contesta rotundo: es Cristo que
pasa.
A la ida a la catedral. El silencio es clamoroso |
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