martes, 16 de diciembre de 2014

DULCE MAÑANA DE ADVIENTO

La mañana que había que poner el nacimiento amaneció accidentada, por no decir, ensangrentada.
Los niños potreaban como cafres, su madre, que siempre está al quite, estaba ocupada en la cocina, y yo medio dormido, en la cama.
Después me enteré que jugaban con un globo, los cinco luchando por él, que volaba entre el gran espejo dorado y el escritorio del salón. ¡Bum-bum! el ruido era estremecedor. No me dio tiempo de levantarme a pegar dos gritos, antes llegó Reyes - ¡Papá, papá, Santi se ha hecho una brecha! ¡Se ha dado contra la rodilla de Ignacio!
No daba crédito ¡ojalá no, ojala no! - me decía, cruzando los dedos. Aún en la cama se acerco el niño llorando, no demasiado, porque no se atrevía, ya que yo reñía enfurecido… ¡lo estaba viendo! ¿Pero qué juegos son esos? Parecéis brutos… no podéis estar solos… y daban ganas de gritar, como en una comedia española ¡¡Paverse matao!! ¡¡Paverse matao!!
Efectivamente, necesitaba puntos…¡oh, vaya, me esperaba una mañana de hospital!
Me vestí, con un mal cuerpo horrible, después me enteré que tenía fiebre, y un humor de perros.
Todo me salía mal, me olvidé el móvil en casa, el periódico en el kiosco, sólo me llevé el absurdo suplemento dominical, y allí me vi, esperando mi turno entre niños llorosos y tosientes, sin nada que leer, ni que hacer.
Por megafonía llaman a uno, acto seguido a mí, el 7454… ¡uf, por fin! Cuando entro, el de antes, que no aparecía, apareció… otra vez a esperar… la falsa alarma me crispó aún más los nervios… me puse a dar vueltas por la sala de espera a grandes pasos, entraba por una puerta y salía por otra. Me decía a mi mismo que me calmara… pero no podía (me tranquilizó, a su vez, el saber, después, que estaba enfermo, no mental, claro, sino con gripe).
Salí a comprar otro periódico, en el ínterin llamaron. Santi el pobre decía que su papá había salido un momento. Por fin entramos. Dos grapas. La enfermera, amabilísima, daba al niño los abrazos que no recibía de su padre, y este contenía las lágrimas, que yo no le dejaba soltar. -Y no se llora, ¿eh? - le conminaba- después de la mañana que me llevas dada…
Al final se comportó como un valiente y yo le daba besos y le cogía la manita, en el coche, de regreso, ya de mejor humor.
Llegamos a casa a la hora de comer. Por la tarde pondríamos el Belén, por la mañana ya lo habían armado ellos solitos…

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