martes, 27 de noviembre de 2012

Murillo y Justino de Neve I


El domingo pude asistir a la exposición de Los venerables sobre Murillo. ¡Por fin!
Fui andando desde casa, callejeando, y explicando a los niños la vida de Murillo, su relación con el canónigo, su vida…
Nada más salir pasamos por la Parroquia de San Isidoro, allí se bautizaron dos de mis hijos ya que es mi parroquia y allí mismo rezó Murillo, pues algunos años de su vida fue feligrés de la misma.


Parroquia de San Isidoro


Setecientos años de culto, devoción e historia se acumulan entre sus muros. Allí vería el pintor la esplendida pintura de Roelas que preside el retablo, se arrodillaría ante la Virgen de las Nieves, de época del Rey Santo, y quizá también bautizaría a algunos de sus diez hijos.
Sólo le sobrevivieron cuatro. Curtidos en el dolor debían de estar la gente de aquellos siglos. Soportarían la muerte con gran fe, resignación y trascendencia. Esos niños muertos al poco de nacer quien duda que están inmortalizados en sus lienzos, entre los ángeles que sostienen a sus Inmaculadas, o entre los pílluelos que comen o juegan en las calles. Esa ternura, esas ingenuidad, esos cuerpos sonrosados, ¿de donde los iba a copiar sino de entre los de su propia sangre?
Murillo fue, en el buen sentido de la palabra bueno. Cuando su esposa muere de parto a los 41 años, el pintor se dedicará a su familia, a su obra y llevará una vida ejemplar, colaborando con hermandades de ayuda a los pobres y guardando fiel memoria de aquella. No volverá a casarse.
En la cercana Iglesia de San Nicollás aproveché para admirar el cuadro de la Santa Cena, que no robó el Mariscal Soult por ser tenebrista y estar oscurecido por el tiempo. Pertenece a Santa María la Blanca cuya restauración está concluyendo.


Impresiona verlo tan cercano, a nivel del suelo, y sin gente, ni molestias. Apenas nadie sabe que está ahora allí.


Pasamos por la casa donde vivió Justino de Neve. Mágnifica casa sevillana, de frescos patios, mármol, fuente y amplias estancias.

Casa del canónigo Justino de Neve


 Las ruedas de molino que se incrustan en el zócalo, material de acarreo, tal vez molieron el trigo de aquel pan que comieran los patricios de la Híspalis romana, el que consagró San Isidoro o, quizás, el que amasaba Itimad para el poeta Almotamid.
Es fácil imaginar al inteligente canónigo, caminando con sus amplios ropajes, por entre las callejuelas. Murillo le escucha, mientras le explica entusiasmado el proyecto iconográfico de  la Iglesia de Santa María la Blanca, a la que se dirigen. Un esclavo mulato les sigue, portando rollos y planos, bocetos y dibujos.


Iglesia de Santa María la Blanca (en restauración)


Atisbando patios y cancelas, portones y conventos se llega al Hospital para ancianos y venerables sacerdotes. 

  Rejas, azulejos, agua y naranjos nos esperan y dentro los cuadros del pintor amable y genial, que han vuelto tras los siglos a la ciudad que los vio nacer y de la que nunca debieron salir.




Patinillo interior (los Venerables)


Patio Principal del Hospital de los Venerables
(continuara...)

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