jueves, 22 de diciembre de 2016

Vísperas de Navidad

Día de vacaciones. Los dos.
Me levanto y pongo el soniquete de la Lotería de fondo mientras me tomo el café. Inevitablemente regreso al pasado. Reyes ya vuelve de llevar a los niños del colegio y se toma otra taza conmigo.
Aprovechamos que es temprano para salir sin gente y echar la carta de los Reyes Magos.
Hace frío, pero el sol brilla intenso en un cielo  claro y azul, y reverbera en  las bombillas apagadas de las guirnaldas de Navidad.
En Decatlón compramos tres pares de zapatillas de deporte de varias tallas y algunas cosas más. Mientras Reyes paga me adelanto a misa de once, donde la espero. La Capillita está dorada y espléndida, con flores de Pascua colocadas entre las  volutas de los retablos barrocos. Esperando al Niño, la cuna vacía al pie del altar.
Comulgando juntos en la mañana de un jueves cualquiera, por lo extraordinario, lo disfrutamos más.

En la tienda de ropa nos atiende la dueña, joven y con estilo, y se extraña de la ausencia de público, quizá por la lotería. De pronto nos sorprendemos hablando de nuestros recuerdos de infancia, de las vacaciones que solían comenzar este día, de nuestras madres haciendo deliciosas comidas, de los olores del pavo, de la carne  en el horno, y ella va evocando el perfume de su madre cuando era pequeña y el de los jacarandas del jardín de su casa y el césped recién cortado del verano y la dama de noche de los patios... de repente nos callamos. Nos hemos dejado llevar. Debe ser el sonido de la lotería, la cercanía de la Navidad. Nos deseamos suerte aunque no nos haya tocado la lotería. En todo caso no nos podemos quejar- dice ella. No nos podemos quejar- corroboramos.

Salimos llenos de bolsas, y entramos en el Labradores para hacer otra parada. Café en el bar. Está casi vacío. Con su zócalo de madera y su reloj antiguo, tanto como el camarero de siempre, todo tiene un aire indefectiblemente ingles. Aprovecho que en la barbería no hay nadie, pues tengo ya unas greñas indecentes. Llevo el periódico, que no leo, La radio emite la lotería y el aura de la Navidad se hace presente. Hablamos de esto y aquello y de su hijo que estudia en Barcelona primero de Medicina. Ha tenido que irse hasta allí -pero mañana vuelve a casa- me dice contento. -Como el anuncio- le respondo. -Como el anuncio- contesta él un poco emocionado.

Salgo con un peso quitado de encima. Ahora a otra zapatería y luego a otra. Mas bolsas.
El sol nos deslumbra por la calle Cuna y se abre en una verónica en la Plaza del Salvador. Dejamos los paquetes y aprovechamos para recoger a los niños del colegio.
Nos cruzamos con una madre que viene de vuelta.  -Anda, qué bien los dos- nos dice alegre- Si, los dos- Sonreímos, A los diez metros otra madre- Mira, qué bien los dos-
Qué bien, los dos- Confirmamos.

Nos damos cuenta que es un pequeño lujo poder ir tranquilamente a recoger a los dos pequeños.
Aprovechamos y tomamos una tapa de adobo en el barcito típico junto a Tetuán, donde siempre pasamos deprisa perseguidos por el olor delicioso de los boquerones. Hoy nos paramos. Hace no mucho pasé un rato inolvidable con mi amigo A., hablando de poetas y poesías, entre cervezas, tortilla de patatas y frituras de adobo.
Hoy Pilar lleva un globo que golpea las narices de los parroquianos, y dos colas con sendos lazos azules, como el uniforme del colegio. Pide calamares. Le damos calamares. Piden Fanta. Les damos Fanta. Hoy se lo concedemos todo. Estamos facilones.

En casa me espera un sobre con una felicitación de navidad, que me hace gran ilusión, quizá sea la única que reciba por correo postal. Como siempre está primorosamente editada, me recreo en ella, es un gusto tocarla, mirarla y leerla.

Van llegando los mayores y se van sentando a la mesa. Estrenamos mantel de cuadros rojos. No nos ha tocado la lotería, a pesar de que por un momento Reyes creyó que su decimo terminaba en trece, pero ni eso, ¡comenzaba por trece!

Con el barbero y la dependienta ya habíamos filosofado sobre lo que verdaderamente es apreciable y cómo no lo percibimos habitualmente.
Por ello cada vez que entraba uno de mis hijos les gritaba- aquí viene otro de mis "gordos"- y se quedaban un poco extrañados. Sí, sí, tengo cinco gordos de Navidad- exclamaba. Ellos se reían y se decían unos a otros que aquel todo lo más sería la pedrea o esa otra el reintegro.

Manolito nos dice que el Claustro de profesores le ha felicitado. Nos extrañamos todos. A Ignacio si le felicitan, pero saca una notas muy buenas,  sin embargo el petardo de Manolito... Sí, concluye- me han dicho que por mi cambio de actitud. Vaya, qué alegría me llevo, parece que las reconvenciones de su madre y mías hacen su efecto.

Por la tarde he ido a correr, (ahora se dice running) sólo veinte minutos, por poco no me parto en dos. Me dolía todo. La flexibilidad la deje olvidada no sé donde. Me sentía como un tanque oxidado de la Primera Guerra Mundial.

Otra alegría, me llama  A y nos felicitamos las Pacuas.

Por la noche sale la Virgen del Rocío del Salvador, como cada 22 de diciembre. La Plaza llena. Las calles con coros y rondas de campanilleros esperándola. El ambiente festivo y alegre. Un bullicio feliz.

Después nos hemos ido al cine. En la barra de "La Azotea" de la calle Zaragoza hemos tomado unas tapas. Una de merluza en salsa de gambas, riquísima.
La película me ha encantado. Es lenta  pero a mi no se me ha hecho larga. "Paterson", sobre un conductor de autobuses que escribe poesía. No pasan grandes cosas, retazos de la vida como vistas por el parabrisas del autobús. La relación de una pareja que se quiere. Los deseos más íntimos de una y otro, las pequeñas ilusiones de cada día. Aprender a tocar la guitarra, decorar unas cortinas o hacer un buen poema. Con delectación nos presenta el pasar de los días de una semana. Merece la pena.

Y arrebujaditos en los abrigos hemos regresado a casa echando vaho en la noche.

Sólo nos quedaba colocar las chucherías junto a la almohada de Pilar. Antes de ayer se le cayó el diente mientras cenábamos fuera. Al ratón  se le olvidó recogerlo. Ayer se le olvido a ella ponerlo. Hoy han colocado su hermano y ella una tacita para el agua y una escalera de peldaños de Lego para que pueda subir.
El ratón ha cumplido su cometido.
Tras un largo día de vacaciones se acuesta, feliz, ya en vísperas de Navidad.






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