lunes, 24 de octubre de 2016

El jarrón de la abuela.

Sube corriendo las escaleras y agarra a su hermano pequeño para conseguir llegar el primero. Viendo que se van a matar les reconvengo desde la portería. De nada sirve.
Llegan a casa de su abuela gritando. Pilar le comienza a contar a su tía que Santi ha ganado una carrera. El grito de Santi, que quiere ser el protagonista de la anécdota, es ensordecedor. Le riño diciendo que no se puede gritar así. Mientras, Pilar aprovecha y corre hacia la abuela contando la noticia que pertenece a su hermano, solo para fastidiar.

Por ello la castigo y de un brazo la llevo a la "Leonera" habitación de servicio de mi casa (de mis padres) donde a mi y a mis hermanos nos han encerrado mil veces. Ahora es mi hija menor la que prueba el pestillo, que cierro desde fuera.
Nosotros pegábamos patadas a la puerta hasta que nos cansábamos, Pilar se resigna y se echa a llorar.
Cuando le abro sale compungida, se tropieza y escuchamos el ruido de algo que se rompe. Un pequeño jarrón. Lo que le faltaba.

Manolo no para. ¡Niño, no muevas el cristal de la mesa! le dice mi madre, pero sigue, hasta que le tengo que gritar que ya basta. Siempre está al límite. ¡Viva el Betis! vocea él sin ton ni son, cuando le viene en gana.
Ahora se monta en una bici: ¡niño, bájate de la bici! dice mi madre, pero no obedece hasta la enésima vez...
Nos estamos yendo. Estoy llamando al ascensor y escucho como mi madre les conmina a dejar de cafrear en el salón.  Entro corriendo en casa para atajarlos, pero no me da ni tiempo, un crash me hace temer lo peor. Efectivamente, Manolito jugando a los toros con Santi, al hacer un pase por alto con el capote, su chubasquero, ha tirado el jarrón de porcelana de Bohemia que tanto gustaba a mi madre. Mi padre lo trajo de Alemania, de un congreso o algo así, hace cuarenta años, y hasta ahora había resistido a todos mis hermanos y a un montón de nietos, pero no ha podido con Manolo el destructor.
Pierdo los nervios. Manolo huye y yo le pego pescozones mientras se cubre con los brazos. No se puede contigo, es que no obedeces, te lo estábamos diciendo...le voy amonestando mientras le golpeo. El está aterrado, mi madre casi llorando del disgusto. Lo encierro en la Leonera y lo dejo sin ir a casa de mi hermana cuyo cumpleaños íbamos a celebrar.
Ya en mi casa lo castigamos sin entrenamiento y sin tele y sin móvil (él no tiene, pero le dejo el mío para que vea su Istagram de vez en cuando) toda la semana.

Ahora hay que mantener el castigo, lo cual es un rollazo. Manolo con sus pecas, su nariz respingona y su desparpajo, es un irreflexivo, un caradura y un desobediente, (al que, a pesar de todo, dan ganas de comérselo) pero tiene que aprender. No hay más remedio.

2 comentarios:

  1. Ay...! qué difícil es, verdad?

    Un abrazo

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  2. Bueno, la vida parece ser así. Mi hijo, en el norte de Francia, vive de alquiler en una casa rural en su sentido primero: hay vajillas, tenedores, utensilios varios que pertenece a las estética de hace unos treinta años. Tantas vidas, tantas estéticas.

    Un abrazo

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