Sube corriendo las escaleras y agarra a su hermano pequeño para
conseguir llegar el primero. Viendo que se van a matar les reconvengo desde la
portería. De nada sirve.
Llegan a casa de
su abuela gritando. Pilar le comienza a contar a su tía que Santi ha ganado una
carrera. El grito de Santi, que quiere ser el protagonista de la anécdota, es
ensordecedor. Le riño diciendo que no se puede gritar así. Mientras, Pilar aprovecha
y corre hacia la abuela contando la noticia que pertenece a su hermano, solo
para fastidiar.
Por ello la
castigo y de un brazo la llevo a la "Leonera" habitación de servicio
de mi casa (de mis padres) donde a mi y a mis hermanos nos han encerrado mil veces.
Ahora es mi hija menor la que prueba el pestillo, que cierro desde fuera.
Nosotros pegábamos
patadas a la puerta hasta que nos cansábamos, Pilar se resigna y se echa a
llorar.
Cuando le abro
sale compungida, se tropieza y escuchamos el ruido de algo que se rompe. Un
pequeño jarrón. Lo que le faltaba.
Manolo no para.
¡Niño, no muevas el cristal de la mesa! le dice mi madre, pero sigue, hasta que
le tengo que gritar que ya basta. Siempre está al límite. ¡Viva el Betis! vocea él sin ton ni son, cuando le viene en gana.
Ahora se monta en
una bici: ¡niño, bájate de la bici! dice mi madre, pero no obedece hasta la enésima vez...
Nos estamos yendo.
Estoy llamando al ascensor y escucho como mi madre les conmina a dejar de
cafrear en el salón. Entro corriendo en casa para atajarlos, pero no me
da ni tiempo, un crash me hace temer lo peor. Efectivamente, Manolito jugando a
los toros con Santi, al hacer un pase por alto con el capote, su chubasquero,
ha tirado el jarrón de porcelana de Bohemia que tanto gustaba a mi madre. Mi
padre lo trajo de Alemania, de un congreso o algo así, hace cuarenta años, y
hasta ahora había resistido a todos mis hermanos y a un montón de nietos, pero
no ha podido con Manolo el
destructor.
Pierdo los
nervios. Manolo huye y yo le pego pescozones mientras se cubre con los brazos.
No se puede contigo, es que no obedeces, te lo estábamos diciendo...le voy
amonestando mientras le golpeo. El está aterrado, mi madre casi llorando del
disgusto. Lo encierro en la Leonera y lo dejo sin ir a casa de mi hermana cuyo
cumpleaños íbamos a celebrar.
Ya en mi casa lo
castigamos sin entrenamiento y sin tele y sin móvil (él no tiene, pero le dejo
el mío para que vea su Istagram de vez en cuando) toda la semana.
Ahora hay que
mantener el castigo, lo cual es un rollazo. Manolo con sus pecas, su nariz
respingona y su desparpajo, es un irreflexivo, un caradura y un desobediente,
(al que, a pesar de todo, dan ganas de comérselo) pero tiene que aprender. No
hay más remedio.
Ay...! qué difícil es, verdad?
ResponderEliminarUn abrazo
Bueno, la vida parece ser así. Mi hijo, en el norte de Francia, vive de alquiler en una casa rural en su sentido primero: hay vajillas, tenedores, utensilios varios que pertenece a las estética de hace unos treinta años. Tantas vidas, tantas estéticas.
ResponderEliminarUn abrazo