Están Pilar y Santiago juntos en la misma cama, me acerco a darles un beso, tienen las caras todavía coloradas por el agua caliente y huelen a gel pues se acaban de bañar, se arrebujan en las mantas y exigen el cuento de cada noche. Les leo uno de Grimm, que nunca escuché antes, en el que el propio padre, el rey, ordena que su hija se hunda en un barco junto a su amante, por haber cometido la felonía de haber asesinado a su propio marido. No me invento nada. A los niños les debe parecer de lo más normal porque no dicen ni mu.
Pilar no se conforma porque se ha enterado de que ayer se perdió el cuento que relaté a Santiago. Como me he niego a repetirlo a estas horas, además me lo había inventado, Santiaguito accede a contárselo. Yo que lo escucho desde fuera me quedo pasmado. Lo repite fielmente, como una grabadora, yo no creo que me hubiese acordado de nuevo de tantos detalles- ¡aquí huele a carne fresca! repite,-y vio los pies del ogro debajo de la cama- continua. - y la vieja le dio unas botellas de vino para emborracharlo (yo no dije esa palabra, sino "para que se durmiese" pero los niños
no se pierden en sutilezas) y cuando huía rompió una taza con el codo y lo despertó- sigue.. exactamente tal como a mi me fue saliendo sobre la marcha ayer.
De nuevo me asombro y asusto de hasta que punto somos un referente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario