Lo mejor... el románico. Mi sensibilidad andaluza se agudiza, poco acostumbrada a su visión cotidiana. Aquí de eso no hay, empezamos en el gótico, antes estaban los moros, que tampoco están mal, por cierto, pero es distinto.
Qué fortuna poseer el camino de Santiago. Una de las cosas más admirables y emocionante es entrar en esas iglesitas puras de formas, sencillas, casi vacías y encontrarse ante la ingenua mirada de la imagen sedente de la virgen y el niño, que desde hace mil años allí permanecen, esperando al peregrino. Y lo mejor es que esas iglesiucas sin gente están vivas, llenas, palpitantes en su sobriedad. En todas ellas se vislumbra la llamita temblorosa que, humilde, anuncia que el sagrario está habitado.
Ahora que muchas iglesias se convierten en museos y que una vez pasado el culto permanecen tristemente desoladas, merece destacarse este ejemplo de fe, responsabilidad y belleza.
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