Ha muerto mi suegra. Esto es un suceso que ocurre todos los días. Una señora mayor que muere. Pero hay muchas maneras de morir y la de la madre de mi mujer ha sido el coronamiento merecido de toda una vida. María Teresa era una persona de una gran bondad. De una delicadeza extrema. De una prudencia exquisita. Nunca una palabra más alta que otra, ninguna crítica. Jamás desde que la conozco, y hace de esto ya muchos años, la he oído hablar mal de nadie. Esta semana muy enferma y casi obnubilada respondía siempre con un agradecimiento en los labios. ¿Estás bien mamá?- le decían- y ella que nunca se quejaba de nada, que ha sido una mujer fuerte, respondía - sí, gracias. ¿Quieres algo? No, gracias. Hubiese bastado un si o un no, casi no le salían las palabras, pero hacía el esfuerzo terminaba la frase agradeciendo. La ingresan en la clínica y sólo se preocupaba de preguntar a sus hijas si han comido. No de sus dolencias, sino de cómo están los demás. Siempre ha sido así, delicada hasta en el morir. Nos ha regalado una semana a sus hijos y nietos en una gran lección de muerte que lo ha sido de vida. Fue confortada con el sacramento de la Unción rodeada de sus hijos y nietos, consciente, santiguandose cuando correspondía con el brazo tembloroso. Estos días pasaba el rosario entre sus dedos continuamente y rezaba. Cuántos ha desgranado. Incontables. Cuántas veces ha rogado a la Virgen "ahora y en la hora de nuestra muerte " y ha tenido esa buena muerte que esperaba. Lo ha hecho el día de una festividad grande de Maria y ha coincidido con el santo de su esposo, Manuel, que tanto se celebraba en aquella casa y con tanto esplendor. Ha sido todo providencial. La Nochebuena la pasó junto a nosotros tan feliz y al día siguiente amaneció con síntomas preocupantes. Una semana después se ha ido, pero estos días han sido un regalo para todos, hijos y nietos que han podido despedirse de ella. Cómo sonreía cada vez que alguno entraba en la habitación, las manos siempre asidas por cualquiera de ellos, entre los dedos las cuentas de pétalos de rosas oscurecidas por el rozar de los años...
Morir todos tenemos que hacerlo pero cuando se pide una buena muerte es así como se desea, como corolario de una vida, como culmen de una trayectoria cumplida con creces. Serena. Tranquila, rodeada de los suyos, apagandose lentamente, cuando ya todo se ha hecho, discretamente, sin aspavientos, como toda su vida, con una exquisita delicadeza. "Como parra fecundaen la intimidad de tu casa; tus hijos como ramas de olivo en torno a tu mesa".
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