8 de Diciembre. Ondea una bandera en la Giralda. No tengo mas remedio que bajarme un momento de la bici y admirarla. La Inmaculada de Murillo en el monumento de piedra blanca resalta sobre el azul del cielo de Sevilla. Al fondo la torre alta con el gallardete que desde hace siglos oscila al viento los días de la Purísima y su octava mientras bailan los Seises.
Está Sevilla atestada de turistas, de luces. Un bullicio prenavideño. Yo voy cargado con una paletilla cuya pezuña negra se asoma por la bolsa. Debo de asemejar una figura chocante, con mi trenca y esquivando a los viandantes entre el bamboleo del jamón que me desequilibra el manillar. Uno me grita, ¡mira, ese con su guitarra flamenca! Me sonrío contento, porque pienso en la cena cuando comience a tocar la guitarra ante el asombro y deleite de mis hijos...
Cuando paso por la Puerta de Palos abierta de par en par atisbo al fondo a la Virgen de los Reyes en su paso ante la que está encendido un ascua de cirios que doran la escena destacando como una candela luminosa enmarcada por la inmensa fábrica gótica de piedra gris. A punto estoy de bajarme de nuevo pero me contengo. Si me paro en cada esquirla de belleza que me sale al paso no llego nunca.
En casa estoy solo. Qué frío hoy en la calle con el vientecillo que se mete hasta los huesos. Pongo la calefacción. Cuando concluyo estas letras me he quedado a oscuras. Se ha iluminado la plaza y se escucha el entusiasmo de la gente ante las guirnaldas navideñas.
Tarde de diciembre, para quedarse en casa y no salir.
Pero debo irme. Qué pena.
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