Todo esterilizado, higiénico. Pasillos relucientes, ascensores de acero, luces frías.
En la habitación, como una llama débil, yace la anciana.
Abre a veces los parpados y deja vagar su mirada vacía. Es como el pábilo a punto de extinguirse, con esa luz azulada que parece acabada y al instante se reaviva con una tenue candela agotada y trémula.
Sabemos que lleva así varios años, aunque ahora ya no admite alimentos, esos que les han sido aportados diariamente varias veces al día con paciente minuciosidad.
Con tres hijas pequeñas muy seguidas, la familia, vio como la abuela, activa y jovial, se convertía en una niña más, pero mientras aquellas espigaban esta desaprendía.
En este lugar nosotros aprendemos mucho. Los héroes sencillos nos enseñan donde está la verdad.
Cuando a los niños no se les deja nacer, ahora que a los viejos se les quiere apresurar la muerte, veo la mano delicada de la hija sobre la frente de la anciana demente que le peina los escasos cabellos lánguidos.
Salgo reconfortado, tras presenciar, en una aséptica habitación de hospital, toda la belleza y toda la esperanza del mundo.
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