Exposición sobre correspondencia americana
en el Archivo de Indias.
Nuevo Mundo digno de ser
novelado.
Territorios vastísimos,
costumbres exóticas, lenguas desconocidas...se construyeron ciudades, con su
plaza, su iglesia, su universidad, su imprenta, la civilización, en definitiva,
Todo eso se vislumbra en esas
cartas que se exponen. Cada una un tesoro, una caja de sorpresas que encierran
historias fascinantes.
La organización de los correos,
los barcos, las estafetas, los uniformes, de diario o de gala con alamares
bordados en oro y botones con el emblema oficial...todo minuciosamente
ordenado.
Vemos los autógrafos de
Cristobal Colón, Pizarro, Hernán Cortes, ahí mismo tras la vitrina y no podemos
dejar de emocionarnos, pero lo que realmente nos conmueve son las cartas
sencillas, ingenuas de los hijos pequeños de un comerciante de Indias.
Tienen seis o siete años y
comienzan con un enternecedor Papá mío.
Los veo en un balcón de su casa
de la Alameda en Cádiz, mirando al mar. La madre les corrige y les anima a
escribir.
Ese papa mío soy yo o cualquier padre de cualquier época. Ese papa mío es la palanca que ha movido el
mundo a lo largo de los siglos.
Tomás Ruiz de Apodaca las recibiría
en Vera cruz y al ver las letras grandes y torpes de sus hijos pequeños le
acuciaría un deseo vehemente de regresar a casa. ¿Cuántos de nosotros no nos
habremos preguntado alguna vez en un hotel extranjero, en la habitación solitaria
del viaje de trabajo, que demonios hago yo aquí y no en la salita de casa rodeado de niños que
gritan?
Papá mio- dice
una-yo me esmero mucho en cumplir con mi obligación
en todo para que vm quede gustoso... Su humilde hija María theresa.
Miguelito le reza todos los dias a la Virgen que está en el estrado para que
benga con salud y traiga vm una espada para jugar a los toros. Pepita no le
pide nada, si no que se cuide vuesa merced.
No pudo ser. Leo en internet
que Tomás Ruiz de Apodaca murió en VeraCruz en 1767 al poco de recibir esas
cartas que le acompañarían en sus últimos días.
Pepita, Miguelito y Teresa no
lo volvieron a ver.
¿Recibiría su espada a pesar de
todo el pequeño Miguel? ¿la embarcarían con sus últimas pertenencias en una
galeón y se recibiría en el puerto gaditano, junto a unas piezas de tafetán
rosa para los vestidos de Teresa y Pepita, y un mantón bordado traído de la China
en el Galeón de Manila, que todavía hoy guardan sus descendientes en una cómoda
de caoba de Cuba y cuyas rosas bordadas estallan aun en las noches de feria o
cuelgan de la baranda de un palco en una tarde de toros en la Maestranza?
Esas pequeñas historias que tejen el tapiz
de los siglos no la sabemos, pero somos conscientes de que son la autentica y
verdadera trama de la humanidad que la hace perdurar en el tiempo.
Cartas de los hijos de Tomás Ruiz de Apodaca a su padre 1766. |
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