El fin de semana Santiago se queda como hijo único, lo cual no le ha sucedido en sus once años de vida. Siempre rodeado de hermanos que le quitan protagonismo.
Se siente feliz, aunque él siempre es feliz, pero ahora más. Pega brincos, charla, y no para de exigir:
un helado, un paseo, un montadito... A todo accedemos, total por una vez lo convertimos en un niño mimado, sin que sirva de precedente.
Nos obligó, a su madre y a mi, a salir ayer domingo a las seis y media de la tarde. Estaba Sevilla vacía. Qúe pereza, pero lo logró. Iba encantado, nos tomamos un pastel de trufa y nata en La Campana y paseamos por la vieja judería visitando los patios secretos y silenciosos de las callejas vacías, la verdad que una delicia.
Después de misa se tomó unas tapas, mientras yo tomaba una cerveza y terminamos viendo una película en la azotea, Green Book, proyectada en la pantalla grande de la pared encalada, cual un cine de verano, entre las matas de jazmines y glicinias. Al final hasta tuvimos que taparnos con las mantas pues corría un aire maravilloso para estas fechas.
De madrugada regresó Manolo de su regata en Pontevedra ¡a las cinco de la mañana lo tuve que recoger en bicicleta! y esta tarde llega Pilar. Poco a poco la casa va recobrando el bullicio de siempre. Reyes llega el martes de su campamento e Ignacio parte mañana para los Mundiales en Rumanía.
Santiago vuelve a ser uno más.
No está mal recordar que somos únicos de vez en cuando, pero sin olvidar nunca que somos uno más ¡ni más, ni menos!
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