A fuer de español soy también
catalán. Yo soy catalán, tanto como los que allí residen.
Por historia. Es un
hecho y me avalan más de dos mil años de trayectoria común. Los últimos
quinientos, íntima.
Ha corrido mucha sangre de mis antepasados, luchas,
guerras, conquistas y reconquistas, para que esto sea así.
No se trata de una opinión, son, simplemente, hechos.
Corolario de esa trayectoria
común es la Constitución de 1978, que no surge por casualidad sino como
consecuencia de este devenir juntos, donde se constata un hecho: “la indisoluble
unidad de la Nación española, patria común e indivisible
de todos los españoles”.
Esta norma constitucional, que
podrá gustar más o menos, es lo que
tenemos para ir bandeándonos. Se puede reformar pero no destruir. Su
destrucción, que es lo que quieren los rufianes, nos lleva al caos y al final a
la guerra.
Por eso, los que residen en Cataluña y quieran, que además no son mayoria, ya que muchos que parecen callados respetan y apoyan el orden legal, manteniendo un compromiso cívico en una sociedad desgarrada, pueden propugnar su independencia, pero no pueden dejarme a mi fuera de esa decisión,
porque yo también soy catalán y no voy a dejarme arrebatar lo que
es mío por herencia y derecho y además estoy dispuesto a defender con uñas y
dientes.
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