Como lleva un rato llorando sin que nadie le haga caso, finalmente
me levanto del sofá y me acerco a ella.
A ver qué te ha pasado- y la abrazo. Llora sobre mi hombro.
Que como estaba aburrida- dice entre hipidos- me he puesto a
dar vueltas en el salón y…
¡¡Haciendo el tonto!! - Se escucha a su hermano desde lejos,
inmisericorde y tajante, como un Savonarola.
Y me he chocado con la puerta- continua- y me he dado aquí
en la cabeza y después me he caído- y se toca el cráneo dolorida.
Yo le doy besos en el sitio exacto.
Bueno, bueno, ya está- la reconforto- Cada vez que quieras
llorar aquí tienes mi hombro, tú no te preocupes- Ahora se ríe entre las lágrimas.
Bueno para reír este otro y le señalo el
contrario.
Pienso que qué bueno eso de tener un hombro cerca y qué
fácil para los niños…
Mientras, su hermano, el gran inquisidor, mueve la cabeza en
señal de reconvención ante tantas blanduras y contemplaciones.
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