martes, 16 de marzo de 2021

NOSTALGIA DE LO NO VIVIDO

Ha estallado el azahar y está Sevilla que, ahora se entienden todos los líricos pregones, no se pué aguantá. Yo no sé si en otros lares se da esta circunstancia de toda una ciudad que se convierte en un pomo de olor embriagador, pero merece la pena venir y pasear bajo la Giralda sólo por eso. Todos los años estos efluvios nos alegran el alma porque es el anuncio de la inminente Semana Santa y para un sevillano de pro no hay nada más grato que el vaivén de un palio al son de Amarguras o el racheo de los pies de los costaleros sobre la rampa del Salvador. Pero este año, ay, este año, es un martirio. Respiramos este puro aire fragante bajo el azul transparente de un cielo que parece pintado y nos acordamos de que ¡no hay Semana Santa! Sí, ya sé, claro que Semana Santa hay, pero no al sevillano modo, y esto es un sufrimiento indecible y una melancolía terrible... Cuántas cosas nos estamos perdiendo, porque el tiempo no regresa, no... Mi hijo Santiago no volverá a salir en la Borriquita, se le pasó la edad y se le quedó corta la túnica, mi hija Reyes no estrenará el Domingo de Ramos de sus dieciocho primaveras yendo de un sitio a otro con su pandilla de amigos, y cuantas personas mayores no saldrán más a la calle a ver los pasos... Y son dos semana santas que yo tendría para enseñar a mis dos hijos pequeños como se ven las cofradías antes de que vuelen solos... Todo esto hay que relativizarlo, ya lo sé, y ponerlo en su sitio, pero no me consuelo. El pasado año nos cogió todo tan de sopetón y fue tan traumático que no nos dio tiempo casi ni de darnos cuenta y la nostalgia se nos esfumó rápidamente, pero este, ¡otra vez! ¿Y por qué me pongo hoy jartible y tristón?, pues porque, ¡y hay que ser masoquista! ayer fuimos al Maestranza a ver la película mítica de Lebrón y Carlos Colón, que vimos allá en nuestra juventud en el cine Alameda, ahora acompañada de la Real Orquesta de Sevilla tocando las marchas emblemáticas. ¡¡Ojú!! Las lágrimas se me saltaron nada más ver la Borriquita saliendo del Salvador debajo de mi casa, que este año otra vez no veremos. Y la saeta de Cuevas que se clavó en todos los corazones, magistral, y la Centuria con sus cornetas y suena Valle y el repeluco de los "pitos del Silencio" y aparece, apoteósica en su esplendor ¡la Macarena!! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Salí con mi hijo Santi del teatro, de nuevo a una ciudad fragante, aromática. Los alcorques blancos a los pies de los naranjos, el Guadalquivir de plata reflejando el Puente por el que no expirará el Cachorro, ni se merecerá la Esperanza, ni lucirá sobre él la Estrella el Domingo de Ramos. El año que viene si Dios quiere, no dudaré si irme a ver recogerse esa o aquella hermandad en su iglesia a las tantas porque mañana estaré reventado. El año que viene, si Dios quiere, este que está aquí no se acuesta hasta que el postrero candelabro de cola haya traspasado la última puerta de la última capilla.

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