Le digo a Pilar que obedezca o no tiene helado esta noche.
Se va tranquilamente y no hace lo que le digo.
Al rato me dice con gran frescura… papá, esta noche no vamos
a ir a Tony (gran heladería sanluqueña) porque vamos a cenar a casa de tía
Isabel así que nadie toma helado.
¡Ah, ahora me explico su indiferencia a mis órdenes
anteriores!
Pero me saco el as de la manga que guardaba astutamente –
pero van a llevar helado de postre ¡umm, de chocolate! y tú
no vas a tomar-
Se le cambia la cara. No contaba con eso.
-Perdón papa, no lo hago más- se apresura a suplicar.
Demasiado tarde pequeña, ya no hay remedio.
Se ve en un callejón sin salida. Se da cuenta de que ha
caído con todo el equipo y que seré inmisericorde con razón. Comienzo a ver
brillar sus ojos. -Pero papá…- se queja temblorosa. Ya se figura a todos sus
primos gozando de untuosos helados y ella excluida del jolgorio.
Sé que puedo tirar del hilo, como pez que ha mordido un
anzuelo y que está a mi merced. Merece una lección, aunque sé también que cederé al
final, pero justo cuando considere que el susto sea suficiente para que la próxima
vez sea más diligente.
-No, ni hablar- niego con la cabeza.
Cada vez los ojos más líquidos.
Pero papá- ¡ni hablar… haberlo pensado antes!
El puchero se forma en su cara, las lagrimas a puntos de
brotar … no sé si ya podré evitarlas…
Suelto el sedal, le doy un respiro.
Bueno, pero que se la última vez… como la fuente está ya
abierta quizá es ya demasiado tarde y el llanto será incontenible.
¡Te he dicho que sí- me apresuro a contestar- pero como llores sí que no tomas
helado! se contiene a duras penas y respira hondo.
¡Uy, por poco no llega la sangre al rió!
La pobre se va entre disgustad y contenta.
No sé si le habrá
servido de algo la lección...
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