martes, 3 de julio de 2018

El último concierto

El pasado viernes fui al teatro como otros muchos días. A escuchar un concierto. Gershwin y no sé que más, porque no oí nada.
Una amiga me dio sus entradas y providencialmente estuve allí.
Cuando la directora levantó los brazos para iniciar el primer compás se detuvo un momento pues alguien entraba con retraso. Vi que era mi tía que llegaba apresurada. No llegó a sentarse. Se volvió al ver que su marido se desplomaba.
Asustado esperé los tres minutos que tardó la primera pieza "Fanfarria para una mujer poco común" y salí apresurado cuando la gente irrumpió en aplausos. A la vecina de butaca encomendé a mi hijo Santiago que venía conmigo.
No volví a entrar.
Ya había llamado al 061. Yacía inconsciente. El ATS del teatro le atendía pero no respondía.
Los minutos se habían parado. Nos dijeron que fueron ocho o nueve hasta que llegó la ambulancia. A nosotros se nos hicieron eternos.
Localicé a mis primos. Llamaba a mi hermano el cardiólogo. No respondía. Para colmo mi teléfono, que lo tenía en modo avión, se desconfiguró y no reconocía los números. A trancas y barrancas logré contactar para que viniesen por Santiaguito que seguía dentro de la sala de concierto.
Yo pensaba acompañar a mi tía en la ambulancia. No hizo falta.
En el intermedio entré para indicar a mi hijo que esperase en el hall a que viniesen por él.
- Unos amigos de tu hermano se lo han llevado al bar con él- me dijo la vecina de butaca.
Bajé como un rayo atropellando a la gente y allí estaba mi hermano, el cardiogo, cuyo telefono estaba, obviamente apagado, charlando animadamente con mi hijo.
Bastó un gesto para que se percatase de mi preocupación y salió disparado detrás de mi.
Cuando llegó continúo con las maniobras de reanimación. Yo rezaba. Mi tía, que sí que es una una mujer poco común, y cuya serenidad en ese momento no olvidaré nunca,  recupero la esperanza al ver a su sobrino que era el propio medico de cabecera.
No sirvió de nada.
Me ha resultado reconfortante estar allí en ese momento acompañandola.
Era mi tío un gran hombre. Catedrático de microbiología, vicerrector de la Universidad de Sevilla, primer rector de la de Huelva, investigador de prestigio, ameno, culto, de curiosidad inagotable. Ahora ya jubilado perfeccionaba sus habilidades artísticas pintando cuadros, estudiaba filosofía, y tenía mil proyectos ya inacabados.
Infatigable lector, conversador ameno e inteligente, con una cabeza privilegiada que no le ha fallado nunca. Gran amante de la música, no llegó a escuchar su último concierto. De gran calidad humana, generoso y amable hasta lo indecible, ahora escucha la música celeste a que todos aspiramos.


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