El concepto del honor, de la honradez, de la dignidad personal están siendo erradicados de esta sociedad. Sólo se quiere aparentar. El sentido de la propia dignidad no impele a obrar en conciencia. Aún peor, el dinero es omnipotente, hasta el punto de que limpia el oprobio. No importa lo que una persona haya hecho si es rico. Puede acudir a un plató de TV y encenagarse de la manera más cochambrosa en sus miserias y la de los demás, dando tres cuartos al pregonero de ello, pero es irrelevante, no tiene consecuencias. Porque en definitiva es una manera como otra cualquiera para enriquecerse. Conductas tradicionalmente reprobables como la prostitución, no se ven como una degradación moral sino como un medio justificado para subsistir. Lo malo es que la gente “honorable” no tiene remilgos en tratar a prostitutas y delincuentes, si en definitiva, son ricos y salen en los medios. Y no me refiero a prostitutas o delincuentes rehabilitados, que merecen más que nadie una oportunidad, sino a los empecinados que siguen siéndolo. Pueden coincidir en un mismo lugar una estrella del porno y una persona respetable y se saludan y se tratan como si tal cosa. Hay quien incluso estará orgulloso de estar ante alguien famoso, aunque sea famoso por su abyección. Esa banalización de las conductas oprobiosas es lo que ha hecho que exista una corrupción en todos los ámbitos de la política. Todo esto es repulsivo pero los políticos no son más que un reflejo de la sociedad que los elige, son ciudadanos del pueblo elegidos por el pueblo.
¿Cuando una sociedad pierde la conciencia de Dios, del honor o de la propia fama que le queda como parámetro de actuación? El dinero
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