Comencé ayer diciendo que no había leído vorazmente este verano. Y me explico. Será que con la edad se va uno haciendo más exigente (en el mejor de los casos) o será que nos percatamos de que el tiempo es limitado y ya queda menos (en el peor de los casos) y por ello seleccionamos más. El hecho es que antes leía todo lo que caía en mi mano con voracidad depredadora, sin darme cuenta que el libro mediocre me privaba de el espacio temporal de otro mejor.
Con 18 años tiene uno todo el tiempo del mundo por delante para leer toda la literatura universal, y unos larguísimos veranos de tres meses, ¡umm!. Pero, ay, no es cierto. Con cuarenta nos percatamos de que a tantos libros por día sólo podríamos leer determinada cantidad en un número de años. Mejor no hacer la cuenta, da pavor saber cuántas obras maestras no vamos a perder (al menos aquí) y eso si sólo dedicases el tiempo a lo excelente.
Por otra parte, no he encontrado últimamente y a eso me refiero también, esa sensación única de tener entre manos esos novelones que leía con fruición hasta las tantas y nunca se acababan, esos tomos maravillosos como Guerra y Paz, o la Regenta, o Fortunata y Jacinta o Ana Karenina o Rojo y Negro o los Miserables o… esas piezas decimonónicas que no podías dejar hasta que, colmado de nuevas aventuras y experiencias, agotabas su lectura...
Es cierto que ahora, matizas más, reflexionas más y se consiguen momentos preciosos de íntimo placer, que suplen aquella pasión. Váyase lo uno por lo otro.
Retomando el repaso que ayer comencé: La Carretera, sí, un buen libro. A pesar de la espantosa desolación en que se desarrolla, nunca se pierde la esperanza. No conozco al autor, pero a pesar de su aparente pesimismo, noto ese fondo de bondad que sabe encontrar en lo profundo de las cosas. No es una novela de estas que ahora se estilan en la que no hay resquicio para la certeza. En la que nada es bueno ni malo, justo ni injusto, cierto o incierto, sino que todo se tiñe de la negra tinta, el lúgubre paño de la relatividad más absoluta. No, no, como en las buenas películas del Oeste parece, me ocurrió también con su otro libro, que al final, aunque tenuemente, se oyen, a lo lejos, las trompetas del Séptimo de Caballería.
Una de cal y otra de arena… No pude continuar con la lectura de “Los Enamoramientos” de Javier Marías. No sé qué me pasa con este autor, pero no consigo engancharme a sus libros. Mira que me leí hace años sus primeras obras con relativa calma, “El corazón tan blanco”, “Mañana en la batalla piensa en mí”… pero ya no puedo. Me compré la trilogía “Tu rostro mañana” con gran ilusión y ahí la tengo sin poder pasar de los primeros capítulos. No encuentro sugestivo más que el título. Con su última obra me ha ocurrido igual y conste que la trama empieza bien, pero esas reflexiones continuas en primera persona, hilvanadas unas con otras sin descanso me hastían hasta el infinito. No diré yo que no tenga un estilo personalísimo, ni que no escriba bien, pero para otro, no para mí. Al menos por ahora…
Continuará…
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