Pobre Tía Carlota. Cómo me remuerde la conciencia la mala vida que le estoy dando. Llegó a mí este retrato de tamaño natural, hace unos años. Por herencia de una tía abuela. A ti, Ignacio, me dijeron, te ha dejado de recuerdo el retrato de Tía Carlota que tanto te gustaba. ¡Madre mía! Ni me acordaba de quien era aquella Carlota, ni del retrato, ni de cuando lo había yo ponderado. Pero, cosas del destino, la recibí en mi casa. Quizá en alguna visita a la de mis ancianos tíos, vacía de hijos y llena de recuerdos, no me detuve suficientemente ante el espejo dorado o el juego de café de porcelana de la vitrina de los abanicos, con las iniciales pintadas, o no alabé el velador de caoba y tapa de mármol que vino de Cuba o las obras completas de Galdós y Valera, encuadernadas en piel, o la vieja y pesada sopera de plata, sino esta antigua fotografía de hace más de cien años.
Esta Carlota no tuvo descendencia y prohijó allá por los primeros años del siglo pasado a su sobrino Leonardo, que tampoco la tuvo. Al morir nonagenarios este y su esposa, tía Manolita, apareció un papelito escrito con letra picuda de monja irlandesa, donde aquella repartía sus pertenencias más preciadas entre sobrinos y sobrinos nietos.
Y esta señora que planchó con esmero su mejor blusa de hilo blanco y jaretas, se recogió cuidadosamente su pelo en un moño y se dirigió a un estudio de la calle Sierpes para retratarse, está ahora arrumbada (he de reconocerlo) detrás de un sofá de mi casa que ayer removí.
Mi querida esposa se niega a que ocupe un lugar en la pared del salón, y la verdad es que no se lo puedo reprochar, pues esta pobre señora carece de glamour; ni es hermosa, ni tiene una elegante y excepcional prestancia, ni es portadora de un título u apellido ilustre que permita dar tono cuando se explique displicentemente al que pregunte sobre ella: “ah sí, mi bisabuela fulanita de tal, que era marquesa de no sé qué”.
Pero creo que Tía Carlota merece algo mejor. ¿Qué haré con ella? Por lo pronto la homenajeo sacándola del olvido y poniéndola aquí. Porque aportó su granito de arena al curso de la historia, claro que sí. Y algo queda de ella aunque sea indirecta y colateralmente en sobrinos, que como yo, ella nunca pudo llegar a conocer. Porque se levantó todas las mañanas, y llevó su casa, y amó a su marido, y regó las macetas, y rezaba el rosario, y ponía los regalos de reyes en el balcón cada navidad para deleite de los hijos de los demás.
Por todo eso aquí la presento. Poca cosa es, ya lo sé. También podemos elevar una oración en su nombre. Eso ya está mejor. Espero que no la necesite y que por su intercesión nos revierta en frutos y dones.
Oh, hermano.
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