Leía la noticia de una descendiente de un naufrago del Titanic que ayer participó en el museo de la Navegación de Sevilla en un acto de homenaje en el que presentaron un champagne fiel copia de la época. Me llamó la atención de nuevo lo mismo sobre lo que ya pensé cuando el reciente naufragio del barco italiano El Concordia y la lamentable historia de su capitán.
En cien años ¿tanto se han desvirtuado los valores? El antepasado de esta señora vió partir la barca de su recién estrenada esposa, con menos de la mitad de los pasajeros que cabían en el bote, y se despidió con un emotivo, "que seas muy feliz" sabiendo que jamás la volvería a ver. Y no es un ejemplo único, en todos los relatos sobre este luctuoso hecho se repiten situaciones parejas. Existía una consciencia clara de lo que estaba bien o no, unos valores, que salvo excepciones se respetaron. Había algo que la mayoría consideraban más valioso que la vida, el cumplimiento del deber. "Las mujeres y los niños primero", esta frase resume un concepto muy importante, los más débiles, los más indefensos antes que los demás, e independientemente de la nacionalidad o de las clase sociales parece que esto fue dignamente asumido. El Capitán del Titanic fue un insensato pero no dudó en quedarse, y los músicos murieron con las las notas puestas... y así muchos más. Se imaginan eso ahora, todos en avalancha para salvarse primero alegando todo eso de la igualdad, porque hoy la vida es lo único que tenemos y a la cual nos aferramos por encima de todo. El Capitán del barco italiano, ¿que hizo? Ya se sabe quienes son las primeras que abandonan el barco. Qué diferencia ¿no?
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