Como es el último día de vacaciones el paisaje ha querido dar el espectáculo.
Sobre el mar
horizontal un arco iris. Bajo él pasan los barquitos de pesca que regresan
cargados, como ellos yo lanzaría a las redes la foto perfecta con una frase de autoayuda cursi y feliz.
Para que el juego de luces sea perfecto, una bóveda de nubes
blancas y grises filtra el sol a su capricho y, como el foco de un teatro, va
destacando lo que en cada momento quiere que sea protagonista, ora la punta de
tierra de Malandar en el Coto, cuyas arenas se convierten en una lengua fúlgida
de oro que se diluye suavemente en el mar azulísimo, ora una masa de pinos que,
privilegiada, se encienden en un verde incandescente, vivo, casi amarillo,
entre el resto de la masa oscura y apagada…
Las aguas tiemblan como la túnica plisada de una koré de
bronce, los piragüistas se entrecruzan perfilados en negro, como flechas
lanzadas por un dios que se divierte.
De pronto llueve, unas gotas pesadas y sonoras, sorpresivas.
Los pocos paseantes corren a refugiarse, pliegan las
butacas, o se aprietan bajo la sombrilla.
La arena, antes dorada, se oscurece y como una erupción, se
ha llenado de infinitos puntos.
Los últimos resistentes bañistas, recogen sus bártulos y
dejan la playa solitaria y triste.
El verano se acaba.
Gracias por compartir estas buenas fotos, Ignacio.
ResponderEliminarEl verano y el veraneo están bien, pero yo ya tenía ganas de volver al orden. Debe ser que soy feliz.
Todo cansa, hasta el descanso... pero yo me quedaba unos diitas más en la playa, ahora además sin gente.
EliminarUn abrazo.