Íbamos a Pontevedra y paramos en Lisboa. En la Rua das Janelas Verdes, un hotelito
discreto y precioso. Se trata de un
antiguo hospedaje, fundado allá por la segunda mitad del XIX por una
pareja de damas inglesas que se instalaron en un antiguo convento carmelita
desacralizado por el marqués de Pombal, junto a la residencia de un pastor
protestante, que vino a convertir a los lisboetas. Da para una novela.
Pasillos larguísimos con suelos de madera gruesa y pulida.
Muebles y aparadores de roble. Una salita inglesa desde donde se vislumbra un retazo
del mar entre las fachadas de azulejos de las casas de enfrente.
Mucho silencio. Una terraza con flores y plantas y el suelo
de piedra. La casa tiene algo de laberinto y parece hecha de piezas inconexas.
La rua es tranquila y en la puerta del hotel, para descargar
las maletas, el mozo nos dice que paremos allí sin problema, en medio de la
rua, por la cara, ocupando el carril. Los portugueses no se enfadan y esquivan
mi coche cuando el otro carril queda libre. Nadie pita, nadie se extraña, nadie
me grita. Me fui y aparqué en una zona azul, donde el parquímetro estaba
estropeado y me dijeron que no tenía que pagar.
Al partir del hotel al día siguiente ya cargué sin ningún pudor y ninguna
prisa. En medio de la calle. Los portugueses ni me veían y pasaban por el otro
lado, comprensivos y amables. En España, tan legalistas nosotros, nos
hubiésemos desgañitado mentando a la madre del que osase interrumpir la calzada
y habría tenido que transportar maletas y equipaje desde el fin del mundo antes
que interrumpir la sacrosanta circulación.
Cuando salía para Oporto pregunte a un guardia local. Estaba
a 50 metros de la dirección correcta, pero tenía que pasar por un carril
reservado a transporte público. Me dijo que pasase que si no me iba a perder
dando vueltas, estando tan cerca… Igualito que en España, donde me hubiesen
mandado a la chimbamba, con niños y maletas incluidos, antes que infringir la
norma, cuya misión es no colapsar el carril de autobús, cosa que yo no iba a
hacer, pero no importaría, la norma es
la norma me hubiese indicado algún policía ufano y cerril. La tiranía de la sensatez…
Prefiero Portugal, su campechanía y el insensato desenfado
de la calle de las ventanas verdes.
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