Tengo cinco hijos que son los mejores del mundo. Ahora que hemos coincidido todos en las vacaciones los disfruto aún más. Los veo salir y entrar, los mayores ya a su bola, tan felices, jóvenes, saludables, guapos, bronceados... Han sacado todos notas excelentes y se están pasando unos días merecidos de descanso (relativo ya que a las ocho dela mañana han ido a entrenar hasta que se ha suspendido los campeonatos nacionales de piragüismo, oh dichoso Covid). Ignacio que es competidor internacional ha tenido que regresar a Sevilla por que tienen un selectivo para no se qué prueba importante...
Pues sí estoy orgulloso de mis maravillosos hijos que son los mejores del mundo.
Y usted papá o mamá que me lee dirá que es una exageración, pero no lo es, fíjese usted en los suyos. ¿Es que no son los mejores del mundo también? Pues sí.
Esa es la gracia de una familia "sensatamente imperfecta" Luri dixit, que es ese reducto donde todos son queridos por el mero hecho de ser y de nacer en ella.
Y donde se les quiere mas que a nadie porque sí. El amor es ciego, dicen, y es al contrario, el amor es un gran haz de luz que enfoca a la figura amada y la vemos tal cual es, tal cual somos todos, seres dignos de ser amados porque sí.
El que ha tenido la desgracia de no estar cobijado en una familia llevará esa carencia toda la vida.
El mundo de fuera es inmisericorde, tanto das y tanto vales. Cuando vienen mal dadas, nos salvamos porque nos sentimos o nos hemos sentido queridos en nuestra familia sólo por haber nacido, es como una vacuna contra la desesperación y durante un tiempo hemos sido los mejores del mundo para alguien. Hemos sido reyes en nuestro trono alguna vez... ese trono han sido los brazos paternos.
Así nos quieren nuestros padres, como un reflejo del amor desinteresado de Dios. El amor no es ciego, el amor es certero. Ay, aunque a veces cueste creerlo todos hemos sido amables alguna vez.
¿Y mis hijos no tienen defectos? Como todos, son unos verdaderos petardos también, y desesperantes y aunque sean los mejores del mundo hemos de estar, su madre y yo, continuamente corrigiéndolos, amonestándolos, riñendo (gritando) y a veces con unas ganas terribles de darles un par de enormes y merecidas bofetadas.
¿Qué cuantas veces hay que decirles que no se pone el codo en la mesa, que no se deja la ropa tirada, que ordenen su cuarto? Pues no lo sé, miles... Es una cantinela cansina y eterna. Me río yo de Sísifo.
Bueno pues a pesar de todo disfruto enormemente y tengo la suerte de tener los cinco hijos mejores del mundo.
¿Que dice usted que eso no es posible? ¿Que los mejores son los suyos? Pues claro, es que también tiene usted toda la razón.
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