viernes, 29 de abril de 2016

29 de abril. Santa Catalina de Siena (para mi Santa Marciala)

Ha muerto Tía Marciala. Hoy. Justo el día que cumplía 102 años.

En su centenario, hace dos años exactos, escribía yo esto.

El otro día fui a visitarla. Estaba débil, menguada,  acurrucada en la cama. Seguía conservando la mirada azul, aunque perdida ahora. El pelo blanquísimo, no gris, y lacio. Las mejillas pálidas, sorprendentemente, casi sin arrugas.
No sé si me reconoció, pero me apretaba la mano temblorosa y le besé la frente por última vez.

Tía Marciala,  ruega por nosotros.

martes, 26 de abril de 2016

Gracias a mi bicicleta sin frenos

Últimamente "no me da la vida" y voy azacanado de un sitio a otro. Pero ayer tuve una tarde noche comprimida como una píldora y sin proponérmelo me dio tiempo de casi todo. Digo esto porque suele ser al revés. Uno tiene los planes medidos al milímetro y siempre hay un imponderable que los estropea. Ayer por el contrario se sucedieron las cosas como la seda. Como la maraña de nudos de un mago que se desata asombrosamente.

A las siete terminé una visita a la Casa de las Dueñas.

Acto seguido me fui al despacho, por si podía asistir al final de una reunión de la que me había tenido que excusar. Había terminado, pero pude informarme del resultado y sus propuestas.

Acto seguido me fui a misa de ocho.

Acto seguido me fui a una conferencia en el Círculo de Labradores de un director de ópera, Karel Mark Chichón, que estaba empezada pero pude conocer al conferenciante y saludar a los que amablemente me habían invitado.

Acto seguido me fui al conservatorio, donde, mi hija Reyes, actuaba en una representación sobre la vida de Bach, y nadie de casa iba a poder verla. Me encantó. Todos con pelucas, un poco mamarrachos, los alumnos, iban intercalando piezas y contando la vida del maestro. En cuanto Reyes salió a escena y dijo sus palabras y lo grabé con el móvil, salí pitando, con el tiempo justo.

Acto seguido tenía una reunión en casa y llegué en el momento que el primer invitado llamaba al telefonillo, y le acompañe hasta arriba.

Acto seguido, casi a la una, con una sensación de deber cumplido, me acosté.

jueves, 14 de abril de 2016

HERÁCLITO Y LA FERIA

En la Feria se hace patente la doctrina heraclítia del cambio. El río, siendo el mismo, ha cambiado y también nosotros que tampoco somos los mismos. 
Estos días con mis amigos “puretones” lo veo clarísimo. Exactamente en el mismo escenario, nunca mejor dicho esto de “escenario”,  que no cambia nunca, se han tornado los papeles. Ahora son ya nuestros hijos los que están descubriendo la Feria (y la vida). Y yo me veo en ellos… esas pandillas con sus chaquetitas azules, esas niñas de gitana, con toda la edad en la boca… La Feria para nosotros comienza a tener ya un mucho de nostalgia.


Ahora comprendo yo a mis padres, porque estoy igual que ellos… interesados con quien íbamos, donde estábamos… deseando que nos pasásemos por la caseta con toda la pandilla para vernos y disfrutando, como yo ahora, de verlos a ellos disfrutar de la Feria (y la vida).

Mi hija, ayer, con un traje de su abuela.

martes, 12 de abril de 2016

"Que toda la Feria es sueño..."


Mi admirado Antonio Burgos, que conoce y escribe de Sevilla como nadie, en su artículo del pasado sábado  http://www.antonioburgos.com/abc/2016/04/re040916.html  habla del “postureo” de la Feria. Y dice bien, porque la Feria de Sevilla es un puro postureo.
Dice textualmente el maestro: Es un trampantojo de la riqueza, de la elegancia, del poder, de la virtud. Una estafa. Pero con arte.

Y esto es verdad, pero ese “con arte” es lo que la salva. Más que una estafa, yo diría que la Feria es una ficción. Una bellísima ficción.

La Feria de Sevilla es una convención en la que todos los que vamos nos ponemos de acuerdo para decir que “la vida es bella” y merece la pena. Como estoy convencido, por razones sobrenaturales, y más ahora en Pascua de Resurrección, de que esto es verdad, no me parece falso, me parece de lo más correcto fingirlo, que como ven ustedes, no es un fingimiento sino un “rompimiento de gloria”.

A la feria, a diferencia de otras fiestas no se va a ver nada, se va a estar y pasarlo bien, de modo que se sabe de antemano que no hay ninguna excusa que justifique el ir, si no es para estar con buen ánimo.
Me explico, a las Fallas, a los San Fermines…  se va a hacer o contemplar algo. Bien puedo estar triste e intentar entretenerme con la cremá o viendo a los mozos correr. No digamos la Semana Santa, en la que el espectáculo pasa ante nuestros ojos y consuela y conforta.
Pero en la Feria, no. En la Feria, si estas triste te quedas en tu casa, porque nada hay que justifique estar sino es el hacerte cómplice de esa ficción de que vivimos en el mejor de los mundos.

Las casetas, los caballos, los trajes de colores, los lunares, las flores... Hay que ir bien vestido, porque hay que aparentar que la belleza triunfa sobre lo deforme, que acordamos que no existe.

Bendita ficción, que nos aleja, aunque sea por unos momentos, de lo cutre, lo antiestético, lo indecoroso, lo sucio y lo grosero, de ese “feísmo”  tan en boga  hoy en el arte y la vida y que además es inmoral.

Bendita fiesta que nos une en el esplendor, la finura y la gracia, que tanta falta hace.


Y por último, con la clarividencia que otorga la copa de vino de Jerez, de ese oro viejo, como el albero nuevo de las aceras que flota en el ambiente, yo os invitaría a todos a adentrarse en este sueño calderoniano de la Feria.

sábado, 9 de abril de 2016

MADRID II.

Tras salir de ver a Ingres me fui a la cafetería a despejarme, como cuando los sumilleres han de probar otro vino.
Estaba impaciente por entrar a lo que preveía iba a ser una experiencia. Tengo que decir que iba predispuesto. De la Tour es uno de mis pintores favoritos desde que estaba aun en el colegio.
Es difícil ver cuadros de este pintor, como a salto de mata, uno o dos en la National Gallery, unos pocos  en el Louvre, uno en el Prado… ya que tiene atribuido poco más de 40 cuadros de las cuales 31 están ahora en esta exposición. Por eso no hay que perdérsela.

En las primeras salas están las escenas de esos campesinos de la tierra, ásperos, secos, agresivos en su parquedad y pobreza. Ciegos tocando la zanfoña, de ojos huecos, que mirando sin ver, desasosiegan.

Hay que decir que toda la pintura de La Tour es de una humanidad absoluta, de una verdad incontestable, de una sobriedad profunda y de una austeridad sin concesiones.
Es una pintura complicadísima en cuanto a su técnica, pero que transmite todo lo contrario, emana pureza, sencillez, es una pintura casi descarnada, en su ausencia de alharacas nos llega directamente, como un soneto de San Juan de la Cruz, se trata de una obra mística.

Me gustaría hablar más extensamente de todo, pero me lo impiden los niños que saltan a mi alrededor y además estoy escuchando los toros en la radio.
Pero de verdad, no me quiero quedar sin dejar constancia de esa visita.
La sala de “las velas” es maravillosa. Entré como en un templo (sí, iba predispuesto, ya lo dije) y salí impactado.
No había mucha gente y eso me permitió entrar en la penumbra de cada cuadro, adentrarme en la mística barroca de su mundo. Fue como un retiro espiritual. Pararse delante de las Magdalenas, dos, impresionantes, enfrentadas; la transparencia del aceite y el agua, la luz en las piernas de las figuras, las encarnaciones degradadas de la piel brillante en las rodillas y oscureciéndose en las corvas.
Los reflejos en los pendientes de perlas de la mujer de Job, en las uñas de la Virgen.
Las manos, Dios mío, las manos transparentando la piel traslucidas por las llamas. El temblor de cada escena, las hojas de papel de las cartas de San Jerónimo que dejan ver a su través la escritura y los pliegues quebradizos.



El cuadro de Job y su mujer es de una humanidad que representa a toda la vejez desnuda, al abatimiento, a todo el desvalimiento.




Todo es efímero como una llama, eterno como la luz.



Ser o no ser...




Los "nacimiento" de Cristo, son el alumbramiento de todos los niños de todos los tiempos. Nos enfrenta ante el sencillo y misterioso acto de nacer.

Fijaos en la luz del primer pliegue bajo la mano


San José trabaja ante su hijo que le ilumina. Parece que horada la cruz para los clavos...

El último de la exposición y quizá de la vida del pintor. Da un quiebro y cuando parecía que no se podía desnudar más la obra nos deja esto, donde la fuente de luz ya ni está presente, solo sus efectos sobre la piel de un San Juan delgado, casi adolescente, alejado de la imagen habitual; el cabello brillante, la sombra oscura del mechón en el cuello, premonitoria de su muerte... La máxima contención, la abstención máxima. Salimos afectados. Con el ánimo sobrecogido.

miércoles, 6 de abril de 2016

AYER TOROS
















Cada vez que voy a los toros me reafirmo en la idea de que tendría que ser obligatorio en España llevar a los niños desde pequeños a las corridas. Así aprenderían realmente sobre ecología, amor a los animales y respeto a la naturaleza.

Se trata de un espectáculo lleno de valores. Los espectadores se sienten “hombres” frente al animal. Esto es vital para la sociedad, recuperar la dignidad del ser humano. Una de las cosas más terribles de los ecologistas que protestan a las puertas de los cosos taurinos es esa imaginación desbordada y pervertida que le lleva a compadecerse del animal como si de una persona se tratara.

Esta sociedad que huye del dolor, del sacrificio y de la muerte, es lógico que repruebe las corridas de toros. Es sintomático, que esos mismos que “aman” a los toros y quieran evitarles “sufrimientos”  se “compadezcan”  también de las personas hasta el punto de que traten de paliar el de esos “pobres” ancianos que padecen enfermedades incurables y propugnen que se les pueda eliminar limpia e indoloramente regulando la eutanasia, o que no quieran ver sufrir al prójimo, esos niños con malformaciones o síndrome de Down,  o esos padres que tienen que “soportarlos” durante toda su vida y les quieran ahorrar el sufrimiento haciéndolos desaparecer en el seno materno.

Es peligroso para la humanidad y la naturaleza excederse en el ecologismo. Hay que proteger esta, sin duda, pero hay que amar más a aquella.

Una corrida de toros es un baño de realidad, de racionalidad, de sentido común. Un canto de amor a la naturaleza, al toro, a los animales y al hombre. Por no hablar de cultura,  belleza y poesía…






lunes, 4 de abril de 2016

CHASCO

Echado en el sofá, medio dormido en la camilla, noto como mi hija pequeña me acaricia la mano que descansa sobre mi costado.  Me enternece ese gesto de cariño y la dejo hacer.

De repente la aparta con decepción, la mía es mucho mayor. 

¡Andaba buscando el móvil en mi bolsillo !