sábado, 29 de octubre de 2016

Desvelando la tarde


No sé en otras partes, pero aquí en Sevilla siempre se les ha llamado a los toldos de  patios y azoteas “velas”, porque se hacían de las viejas telas de los navíos que atracaban en el Guadalquivir. Es bonito eso de que tras surcar los océanos varias veces, Cuba, Vera Cruz, Manila… descansaran cubriendo los cielos de la Ciudad.

Yo acabo de descorrer la vela de mi azotea. Y he me sentido en cierta manera como un grumete, izando velas y abriendo la tarde.

Cuando se ha desnudado la azotea, el sol de este final de octubre, aun sorprendentemente cálido, con sus últimos rayos oblicuos, como espadas, ha hendido los jazmines y ha reverberado sobre los azulejos, haciéndome guiñar los ojos antes de esconderse tras los tejados prendiendo las nubes.

lunes, 24 de octubre de 2016

El jarrón de la abuela.

Sube corriendo las escaleras y agarra a su hermano pequeño para conseguir llegar el primero. Viendo que se van a matar les reconvengo desde la portería. De nada sirve.
Llegan a casa de su abuela gritando. Pilar le comienza a contar a su tía que Santi ha ganado una carrera. El grito de Santi, que quiere ser el protagonista de la anécdota, es ensordecedor. Le riño diciendo que no se puede gritar así. Mientras, Pilar aprovecha y corre hacia la abuela contando la noticia que pertenece a su hermano, solo para fastidiar.

Por ello la castigo y de un brazo la llevo a la "Leonera" habitación de servicio de mi casa (de mis padres) donde a mi y a mis hermanos nos han encerrado mil veces. Ahora es mi hija menor la que prueba el pestillo, que cierro desde fuera.
Nosotros pegábamos patadas a la puerta hasta que nos cansábamos, Pilar se resigna y se echa a llorar.
Cuando le abro sale compungida, se tropieza y escuchamos el ruido de algo que se rompe. Un pequeño jarrón. Lo que le faltaba.

Manolo no para. ¡Niño, no muevas el cristal de la mesa! le dice mi madre, pero sigue, hasta que le tengo que gritar que ya basta. Siempre está al límite. ¡Viva el Betis! vocea él sin ton ni son, cuando le viene en gana.
Ahora se monta en una bici: ¡niño, bájate de la bici! dice mi madre, pero no obedece hasta la enésima vez...
Nos estamos yendo. Estoy llamando al ascensor y escucho como mi madre les conmina a dejar de cafrear en el salón.  Entro corriendo en casa para atajarlos, pero no me da ni tiempo, un crash me hace temer lo peor. Efectivamente, Manolito jugando a los toros con Santi, al hacer un pase por alto con el capote, su chubasquero, ha tirado el jarrón de porcelana de Bohemia que tanto gustaba a mi madre. Mi padre lo trajo de Alemania, de un congreso o algo así, hace cuarenta años, y hasta ahora había resistido a todos mis hermanos y a un montón de nietos, pero no ha podido con Manolo el destructor.
Pierdo los nervios. Manolo huye y yo le pego pescozones mientras se cubre con los brazos. No se puede contigo, es que no obedeces, te lo estábamos diciendo...le voy amonestando mientras le golpeo. El está aterrado, mi madre casi llorando del disgusto. Lo encierro en la Leonera y lo dejo sin ir a casa de mi hermana cuyo cumpleaños íbamos a celebrar.
Ya en mi casa lo castigamos sin entrenamiento y sin tele y sin móvil (él no tiene, pero le dejo el mío para que vea su Istagram de vez en cuando) toda la semana.

Ahora hay que mantener el castigo, lo cual es un rollazo. Manolo con sus pecas, su nariz respingona y su desparpajo, es un irreflexivo, un caradura y un desobediente, (al que, a pesar de todo, dan ganas de comérselo) pero tiene que aprender. No hay más remedio.

viernes, 14 de octubre de 2016

Nada hay escondido


Escribo con la tranquilidad de pensar que esto lo leen cuatro seguidores fieles y, sin embargo, a veces me sorprende como vuelan algunas entradas o cuando alguien,  totalmente insospechado, me dice que "me lee", lo cual me llena de una íntima satisfacción.

Estaba en misa y por una relación de ideas pensaba en que, finalmente, no había escrito sobre un tema determinado, por si alguien pudiera sentir vulnerada su intimidad y justo en ese mismo instante, pero en el mismísimo momento, escucho que el sacerdote lee:

Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea.



miércoles, 5 de octubre de 2016

DESLUMBRAMIENTO

Un auténtico optimista no se asombra nunca. Se deslumbra.

Es lo que me ocurrió cuando leí de un tirón  "Palomas y Serpientes" del siempre brillante Enrique García-Máiquez.
Es un libro de aforismos que se lee con la sonrisa en los ojos y con regocijo en el alma pues la realidad se ríe (si la miras) y EGM no sólo la mira sino que, como los "felices italianos guarda lo que mira" y ese tesoro escondido no lo desentierra, sino que deja que florezca en este libro, breve, pequeño como los arboles frutales que por eso dan tanto.

Es una pena leerlo de un tirón, porque tiene demasiada enjundia para ello, pero no se puede evitar. Por eso me prometí releerlo pausadamente, que es lo que hago ahora, y si como dice, la tristeza atonta, este libro, sin duda, te hace más intelijente porque, con su buena dosis de ingenuidad, nos da el nombre exacto de las cosas,  desenmohece porque elimina el malhumor y  emborracha, propiamente nos pone alegre.


Recomiendo su lectura, es un regalo leerlo, y aseguro que tras la misma, saldrás, no hay otra manera, diferente.

lunes, 3 de octubre de 2016

Qué descansada vida

Es Pie de Gallo uno de esos sitios deliciosos, donde cuando llegas, están sus propietarios esperando con una cerveza fresquísima que no dejan jamás que se enfríe en el vaso.
Es una de esas haciendas, que con las autovías, han quedado aun más cercanas a la ciudad, de modo que en ocho minutos pasa uno del tráfago urbano al campo sosegado.
No es que antes estuviese lejos, pero era un viajecito con esas carreteras donde te tocaba un camión cargado y era un suplicio lento de humo negro.

Llevé a ocho niños en el coche, a una barbacoa el sábado. Ocho quinceañeros hambrientos después de entrenar en el río.

El sol reverbera en los blancos muros. La cal nueva de siempre alegra el alma, porque a pesar de las lluvias invernizas, los desconchones y las manchas de humedad, las capas de tierra caliza restauran la prístina pureza alba del origen.
Como recién bautizados, como recién confesados.




Y en esa autenticidad de la cal y el albero y los chinos lavados y la piedra de molino y la vieja torre de la viga de aceite, este azulejo azul.


Esos retablitos que hallamos en las fachadas de cortijos perdidos entre las lomas, de casas regionalistas construidas para la Exposición del 29, de corrales de macetas de yerbabuena y piojos.
Emociona el semblante limpio del Cristo, que nos estaba esperando en la memoria de los azulejos a los que sólo lo habíamos visto así en las fachadas de las casas viejas. Tras la restauración de hace pocos años, Sevilla se reconcilia con su pasado. La cara ennegrecida del Nazareno recuperó su pátina original y no extrañó al pueblo devoto, porque se nos abrieron los ojos a la imagen conservada en las fotos en sepia, en las capillas cerámicas, en los alicatados añil de los patios y las almazaras.


Es Pie de Gallo un remanso de sol entre surcos desbrozados y labrantíos de cereal y acebuche, y permanece, como desea su propietaria, tal como lo heredó de su padre y ella quiere entregar a sus hijos un día: cándido e inmutable.