La visita a la exposición del Titanic con los niños merece la pena. A todos nos dieron los cascos y la audioguía y con ella nos adentramos en la catástrofe. Las historias de amor y heroísmo que allí sucedieron son increíbles. La mujer que rechazó ser salvada para morir abrazada a su marido en una hamaca de cubierta. La familia que cuyos miembros fueron arrancadas de los brazos del padre uno a uno por los tripulantes del bote y al que vieron hundirse a lo lejos. Y, nunca deja de admirarme, el noble comportamiento de los músicos, que conscientes de su inevitable e inminente final, siguieron tocando para la gente y para sí, sin desasosiego, sin aspavientos, haciendo bien lo que hacían, nada extraordinario, tocando "Cerca de tí, Señor" hasta hundirse, dando un ejemplo al mundo. Seguro que ahora están cerquísima, nada más que por eso.
Pilar bastante bien se portó, tras hora y media, sin entender ni papa, quiso sentarse en un banco rescatado de la cubierta del Titanic, pero, ¡ay! estaba tras una manpara de metacrilato y el chichón ha sido de aúpa, la pobre, con sus dos lazos colorados...Sus hermanos se reían, y también Santiaguito, el cual se llevó lo suyo ayer al chocar contra la columna de hierro del salón de casa, (hubo sangre, pero no llegó río) mientras perseguía a su hermano que huía con el mando de la tele.
Para terminar la tarde dominical, un buen amigo me invitó al concierto del festival de música barroca, en la maravillosa iglesia de Santa María la Blanca. Eso merece página aparte, si Dios quiere y el tiempo no lo impide. Hasta mañana.
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