Ayer:
Por la mañana el día es espléndido, las nubes rosas, como borreguitos de un anuncio de suavizante diseñado por una estilista venezolana, se reflejan en el río, que cruzo raudo en bicicleta camino del trabajo.
Por la mañana el día es espléndido, las nubes rosas, como borreguitos de un anuncio de suavizante diseñado por una estilista venezolana, se reflejan en el río, que cruzo raudo en bicicleta camino del trabajo.
El sol naciente se refleja en un moderno edificio de cristales allá en el parque tecnológico de la Cartuja y lo enciende y transfigura y hermosea de modo que me traen a la memoria los famosos versos de Rubén
el fulgor donde habita su dorada pagoda
la princesa que presa suspiraba de amor…
o me lo acabo de inventar, pero es lo mismo.
¡Habemus Papam, habemus papam! son los comentarios a la llegada al trabajo. Preguntan mi parecer, que no puede ser más que de efusiva enhorabuena, y proclamo mi alborozo por haber salido elegido este pedazo de Papa, el humilde Francisco. ¿Pero qué esperaban, si ya de antemano yo estaba entregado? (Aunque cierto es que ¡vaya elenco previo!. Como dice mi madre, si allí hasta el más tonto hace relojes…)
Los escépticos y anticlericales siempre sonríen. Mi compañero, que es un jurista inteligente, comenta – ¡desde luego hay que reconocer que la Iglesia (la mayúscula se la pongo yo) tiene una manera magistral de jugar con los tiempos!- Ante mi extrañeza, me aclara- Sí, hombre, sí,- muy convencido- era indudable que la elección definitiva sería por la tarde, para que coincidiese con el prime-time. Mi cara de pasmo lo dice todo. No me imagino al Espíritu Santo revoloteando por la Sixtina, haciendo tiempo hasta la hora de máxima audiencia. O, a nuestro querido Papa Francisco, fumándose un cigarrito y charloteando con el resto de cardenales, esperando que den las ocho y media para salir al balcón. (Según mi amigo eso es lo que pasó) Le trato de hacer ver lo absurdo de ello. ¿Y tú como lo sabes?- me espeta. Porque yo también soy Iglesia, respondo- y si fuese cardenal, te aseguro que me importaría un… (aquí una palabra malsonante) la hora de los telediarios… Por supuesto, no se convence.
Por la tarde imparto mis dos horitas de clase a unos alumnos sedientos de saber, y explico cómo se debe proteger nuestro patrimonio histórico y como se regulan los museos y colecciones museográficas de Andalucía. Ríen mucho, yo también. Espero, a pesar de ello, que ese enseñar jugando no convierta en juego el enseñar, como nos advierte Unamuno. En todo caso ¡cómo aprendo yo!
Ya en casa debo prepararme para un magnífico evento. Mi hermano Pachi, perdón el ilustrísimo Dr. Trujillo, ¡que orgullo!, va a ser nombrado académico correspondiente de la Regia Hispalensis Societas Academia de Medicina y Cirugía. Mi mujer ha de llevar y traer a los niños a las audiciones de Reyes e Ignacio, que tienen un concierto del conservatorio. Cómo sé que llegará tarde con la caterva a cuestas, mientras me preparo para tan gaudium magnum, (ya voy pillado de tiempo), hago cinco tortillas, cinco, con queso , vacío el friegaplatos y recojo la cocina. Ya estoy listo, pero ¡ay! me acabo de duchar y afeitar, y una minúscula gota de sangre ha mancillado la prístina pureza del cuello de la delicada camisa color marfil que vestir suelo para eventos deslumbrantes. Corriendo con una toalla húmeda trato de suprimirla. Creo que lo consigo. Parto veloz.
Rodeado de magníficos retratos de reyes y príncipes, los tres nuevos académicos, exponen sus discursos de admisión. Yo iba con bastante prevención al respecto, todo hay que decirlo, pero, mira por donde, fueron interesantes y amenos y aprendí tres cosas:
1.- Primer ponente: que, contra lo que se dice, el cerdo es buenísimo y sanísimo. Cuando concluye a punto estoy de ponerme en pié y gritar, tal es mi contento ¡VIVA EL CERDO IBÉRICO!
2.- Segundo ponente: que el hombre es inconstante aunque le vaya en ello la vida. Y con unas estadísticas muy bien traídas, nos demuestra el doctor, que la gente no se toma las pastillas así le maten.
3.- Tercer ponente (el mejor con diferencia): Que el deporte es sano, pero sin exagerar. Conferencia sobre la muerte súbita en los deportistas.
El pobre de Carlos II nos mira desde lo alto, allá en su marco rococó, tan incapaz y desvalido, y su esposa Doña María Luisa de Orleáns parece decirle, ¡Quillo, lo bien que te habría venido un buen chute de cerdo ibérico, unas pildoritas que hay ahora y un poquito de deporte! No pudo ser.
Tras el copetín de rigor, las loas y parabienes, regreso, muy contento a mi hogar, aunque me desasosiega una duda ¿Podré seguir llamando a mí querido hermano, como siempre, sencillamente Pachi?
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